DE LA CONQUISTA DE LA
PROVINCIA DE EL ITZA
REDUCCION, Y PROGRESOS DE LA DE EL LACANDON,
Y OTRAS NACIONES DE INDIOS BARBAROS, DE LAS MEDIACIONES
DE EL REYNO DE GUATIMALA, A. LAS PROVINCIAS DE YUCATAN, EN LA
AMERICA SEPTENTRIONAL
ESCRIBELA DON JUAN DE VILLAGUTIERRE SOTOMAYOR, ABOGADO, Y RELATOR, QUE HA SIDO DE LA REAL CHANClLLERIA DE VALLADOLID:
Y AHORA RELATOR EN EL REAL, Y SUPREMO CONSEJO DE LAS INDIAS
CAPITULO III
Falta
de fomento en los Alcaldes Mayores para las conversiones.
MARGINALES.—Los alcaldes mayores no gustaban de la reducción.
Después, en el año de 1679 por noticias, que dió don Juan de Urquiola, Oidor de la Audiencia de Guatimala, al Real Consejo de las Indias, expresó: que en las tierras de los cuatro obispados de el distrito de aquella Audiencia, que son, Guatimala, Chiapa, Nicaragua y Honduras, que todos tienen la mayor parte a la mar del Norte, había gran número de indios gentiles, y que eran muy pocos los que se convertían, desde las primeras conquistas de aquellas provincias.
Por lo cual, sería muy conveniente, que parte de los religiosos, que de España se enviaban en misiones, fuesen asignados para este ministerio; y que los Obispos, y justicias de aquellas provincias, y obispados, los asistiesen, con todo el fomento, y auxilio necesario; porque era gran lástima, y compasión, se dejasen perder tan inumerables almas, a los mismos ojos de la cristiandad.
Avisaba así mismo Sebastián de Olivera, Alcalde Mayor de la Provincia de la Verapaz, de como algunos religiosos de la Orden de Santo Domingo, habían hecho entradas a la provincia del Chol, y habían reducido indios infieles, y formado pueblos en ellas, y administrádolos algún tiempo, y que no sabían, por que razón después lo habían dejado de hacer, y desampará- dolos; siendo así, que los mismos indios lo sentían en estremo, y clamaban, porque se les diese, y ministrase el pasto espiritual.
En
el mismo año de 1684, siendo ya presidente de Guatimala don Enrique Enríquez de
Guzmán, del Orden de Alcántara, que hoy se halla de el Consejo de Guerra,
determinó el Obispo de Guatimala de ir á visitar las provincias del Quiche, y
Verapaz, que habia veinte años que no se visitaban, así para cumplir con la
obligación de su cargo, como por precisarle la cédula, y encargo, que tenía de
el rey, para mirar por la reducción de los infieles.
Propúsolo
al Presidente don Enrique Enríquez, pidiéndole, diese despachos para que el
Alcalde Mayor de la Verapaz, y las demás justicias de las provincias
circunvecinas, le diesen el auxilio, asistencia, y socorros necesarios, para
llamar así á los caciques, como á los indios, levantados, y apóstatas del Chol;
y que se le diesen para llevar consigo á Andrés de
la Peña, español, vecino de aquella ciudad, por ser muy inteligente, y experto en las lenguas de el
Chol, y Manché, y haber sido el instrumento principal de su
reducción en los principios, y convenir llevarle ahora, para esta espiritual
conquista.
El
Presidente convocó junta general con esta ocasión; y en ella concurrieron el
Obispo, el padre Maestro Fray Juan de Benegas, Vicario general de Nuestra
Señora de la Merced; el padre Maestro Fray Agustín Cano, provincial de Santo
Domingo; el padre Maestro Fray Diego de Ribas, provincial de la Merced; y los
Oidores de la Audiencia. Allí se vió la propuesta del Obispo, y la que hicieron los padres Vicario general) y
provincial de la Merced, de que por su parte adelantaría, cuanto se pudiese, aquella reducción, por los pueblos de Santa Eulalia y Istatán del Corregimiento
de Gueguetenango, y por las demás doctrinas, confinantes con los choíes, y
lacandones.
CAPITULO IV
Parte el Obispo de Guatimala á su
visita. — El padre Provincial de la Merced
á Gueguetenango. — El de Santo Domingo á la Verapaz. —
Vase diciendo lo que obraban.
En
los últimos días del año de 1684 se entregaron los despachos al Obispo, y
prelados de las religiones; é inmediatamente, á
principios de el de 1685, partieron, el Obispo á su visita; el padre Maestro
Fray Diego de Ribas, con otros religiosos de su Orden, á Gueguetenango; y
en la misma conformidad, para la Verapaz, el padre Maestro Fray Agustín Cano;
que viendo estos dos provinciales, que un prelado de la iglesia, tan superior,
salía en persona, no les pareció digno de su atención, y buen celo, no procurar
imitarle, en todo lo posible.
Y como todos tres fueron por distintas partes, y obraban en un mismo tiempo, me es preciso decir las operaciones
del uno, y volver después á las del otro. Tomó, pues, su viaje el santo Obispo
al pueblo de Cobulco, de la Verapaz, habiendo anticipado el aviso de su partida
al padre Fr. Tomás López de Quintanilla, del Orden de Santo Domingo, ministro
doctrinero del pueblo de Cahabón.
Ordenándole
también, se valiese de los indios más vaquianos, y sabidores, que hubiese del
Chol, para que citasen á los indios choles, estuviesen en Cahabón, para el
tiempo que él llegase, en prosecución de su visita, para tratarles de su
conversión, en paz, y quietud; pues á ellos era á quien más importaba el vivir
en ella, poblándose, y estando en servicio de Dios, y obediencia del Rey.
Y
dejando ahora al padre provincial Fray Agustín Cano, y sus compañeros, con sus
indios choles, aunque pocos, sosegados en San Lucas, y continuando en ir
atrayendo más de aquella nación, con esperanza de que aquel fuese un gran
pueblo, ó á lo menos razonable; y de que para freno de aquellos indios se
diesen las providencias de puentes, y asistencia de los de Cahabón, que insinuaba,
en ínterin que el rey determinaba, se fundase allí la colonia de españoles, por
correrse de allí toda la montaña, y ser la tierra la más fértil de aquel reyno,
y abundante de maíz, cacao, achicote, algodón, y otros frutos; paso á lo que
obró en su entrada el padre provincial de la Merced Fray Diego de Ribas por la
parte, por donde había prometido ejecutarla.
CAPITULO V
Refiérese lo que sucedió al padre Provincial Fray Diego de Ribas en su entrada, por
la parte de Gueguetenango. — Tierra que descubrió en la montaña. — Y
otras cosas que se encontraron.
MARGÍNALES.—Llega el padre provincial Ribas a Gueguetenango.—Presenta
sus despachos.—Dispone bastimentos.—Pasa a Chiantla.—Llama a los indios de San
Mateo de Istatán.—Propóneles su intento y que le enseñen el camino.—Ofrécense
los indios de Santa Eulalia.— Rehúsanlo los de Istatán.—Retíranse algunos a los
montes .— Informan falsamente contra el padre León.—Pasa el padre provincial a
Santa Eulalia.—Substráense los indios de Santa Eulalia.—Piden nuevas órdenes
los padres al Presidente.—Lo que ordenó el Presidente.—Que castigase el
corregidor a cinco de los motores—No se puede violentar a los indios a que
entren a las montañas .— Parte el corregidor a Santa Eulalia.—Sociéganse los
indios.—Llega el corregidor a Santa Eulalia.—No
ejecuta castigo alguno.—Hizo al caso el que fuese el corregidor .— Convídanse a entrar los españoles.—El hermano
Juan de Santa María belemita .— Vuélvense a ofrecer los de Santa Eullalia
—Indios que más se señalaban.—Salen todos de Santa Eulalia.—Llegan a
Teashan.—Dicen los indios no hay más camino.—Salen los principales de Santa
Eulalia a Istatán.—Descubren paso con mucho trabajo .— Vadéase un rio tres
veces.—Llegana Icala-. —Caminan hacia el Norte.—Van abriendo camino.—Salto de
el agua.—Llegan a Tipench.—Comulga el corregidor
y otros .— Caminan al Oriente.—Hállase una cruz vieja. — Llegan a un río
grande.—Lo que dijeron los indios de este sitio.—Llámase Lapoconop.—Hasta aquí
habían llegado los cristianos.—Edificio antiguo con un ídolo.—Quebróse el
ídolo, y púsose una cruz .—No se halla senda.—Vuélvense a S. Pedro
Nolasco.—Salen los exploradores.—Hallan huellas de infieles.—Dan con lacandones.—Eran espías.—Ven los
exploradores humadas.—Incorpóranse con los demás.—Determínase la retirada. — Y
ejecútase.
Partió
de Guatimala, como dije, el padre provincial de la Merced, Fr. Diego de Ribas,
acompañado de los padres predicadores Fray Alonso de León, y Fray Mateo de
Figueroa; y habiendo llegado al pueblo de
Gueguetenango, llevando también
consigo á Don Diego Bernardo de el Río,
gran práctico de aquellas montañas, hizo notorios sus despachos al Comisario general de la caballería Don Melchor de
Mencos, y Medrano, Caballero del Orden de Santiago, que á la sazón se hallaba corregidor de aquel partido;
y trató de la disposición de bastimentos, para la entrada.
Pasó
al pueblo de la milagrosísima imagen de Nuestra Señora de Chiantla, distante una legua de la villa de Gueguetenango;
y como tenía entendido que los indios de los pueblos de San Mateo de
Istatán, y Santa Eulalia, de aquella
jurisdicción tenían amistad, y comunicación con los infieles del Lacandón,
los envió á llamar, y vinieron á aquel pueblo de
Chiantla, los cabezas, y principales del de San Mateo, y Santa
Eulalia. Propúsoles su intento, y buen celo del viaje, exortándolos á que le
fomentasen y ayudasen á la empresa, descubriéndole, y enseñándole, el camino y
entrada, que ellos tenían de su pueblo, y del de Santa Eulalia.
Con
generosidad cristiana, buen -celo, y desinterés, prometieron
los indios de Santa Eulalia abrir camino, y acompañar á los religiosos, hasta las tierras, y poblaciones de los iníieles. Al contrario los de San Mateo Istatán, mostraban
renuencia en que se hiciese la entrada, y reducción, diciendo: no se
atrevían á entrar en las tierras de el Lacandón. Y retirándose algunos de éstos
á los montes, por temor de que se les obligase á ello; informando falsamente al corregidor, de que el padre
doctrinero Fr. Alonso de León los obligaba,
y compelía á que fuesen de guerra, no habiendo pasado tal cosa, ni aún
tomádose en la boca.
Pasó el padre provincial de Chiantla, á Santa Eulalia, asistido de Don Diego Bernardo del Río, y de otros tres españoles,
de aquel pueblo; y halló la novedad, de que los indios de San Mateo de Istatán habían amotinado á los
zamaguales de Santa Eulalia, quitándoles de la cabeza el que fuesen
á asistir á los religiosos á la apertura de caminos, y conducción de
mantenimientos ; siendo así que sus principales, y ellos, se habían mostrado
dispuestos á acompañarlos, sin más instancias, que haberles propuesto los
efectos del viaje á las montañas; y persuadidos de los de San Mateo de Istatán,
no solo ahora se negaban á ello, sino que se hablan retirado.
Esto
obligó al padre provincial á querer retirarse al
pueblo de San Pedro Soloma; y á que pidiesen desde allí, él y el
padre Fray Alonso de León, al Presidente de Guatimala, mandase averiguar la
falsedad de aquellos indios de San Mateo de Istatán, de decir, les obligaba á
que entrasen de gue rra cuando, ni aún les había hecho la menor insinuación
para nada.
Pidió
asimismo el padre 'provincial al Presidente, diese nuevas órdenes, para que los
indios de aquellos dos pueblos de San Mateo, y Santa Eulalia, fuesen los que
entrasen á abrir caminos, y á la transportación de bastimentos, por estar
inmediatos á las montañas de la entrada; y que favoreciese á los principales de
Santa Eulalia, que siempre permanecían en su buen dictamen, y propósito.
Y
como el corregidor pidiese también, se le dijese: si podría compeler á aquellos
indios á la entrada? Lo que el Presidente ordenó sobre todo, comunicado con la
Audiencia, fué: que el corregidor don Melchor de
Mencos
(-De Tafalla, Navarra, España-) enviase persona, de toda satisfacción, á
aquietar los indios de aquellos dos pueblos ; y
que á cinco de los de San Mateo de Istatán, que se decía, haber sido los
cabecillas, que habían amotinado á los demás, los hiciese llevar á la cabecera (esto es, á Gueguetenango) y darles veinte azotes á cada uno, y tenerlos algunos días en la cárcel, en caso
de ser cierto haber inquietado á los indios, para que no entrasen con los
religiosos á la montaña.
Y
que respecto, de que no se podían violentar los indios, á que forzados entrasen
en la montaña, y para que no se embarazase el fervor de los padres, hiciese,
que de cualesquiera pueblos se les dieran doce, ó catorce, indios más, ó menos,
para el efecto que decían. Con advertencia, de que para
esto siempre serían sospechosos los de aquellos dos pueblos, y que en lo
demás, ejecutase las órdenes que tenía, fomentando en lo posible la quietud de
los dos pueblos, y el que dejasen libre, y desembarazada la entrada á los
religiosos.
Recibida
esta orden por el • corregidor Don Melchor de
Mencos, se partió luego al pueblo de Santa Eulalia, siguiéndole diez españoles, voluntariamente, asi para asistirle, como por si para el viaje
fuesen de algún servicio sus personas. Y con la noticia sólo de que iba el corregidor, se sosegaron los dos
pueblos, reduciéndose á ellos los que faltaban; y no sólo no resistiendo la
entrada, sino ofreciéndose todos á ir voluntariamente, y á dar avíos á los
religiosos, abrir caminos, y conducir mantenimientos.
Llegado el corregidor á Santa Eulalia, y
hallando allí ya á los padres, y á los indios sujetos y que con su presencia lo
habían asegurado más, y se mostraban más rendidos, y gustosos de ir con los
padres, aun los mismos que antes concitaban á los demás, á que impidiesen la
entrada, excusó el pasar á ejecutar castigo alguno en ellos; con que todo se
dispuso bien: ofreciéndose el mismo corregidor á ir
también con los padres, en suposición de que el Presidente, no le
había de negar la licencia, que para ello le enviaba, á pedir al padre
provincial Ribas.
Era
muy del caso, el que el Corregidor fuese á la entrada, porque á espaldas
vueltas, los indios, aunque mostraban entrar contentos, en empezando á
trabajar, ya sabemos lo que hacen; mayormente no habiéndoles salido de corazón
á muchos al principio, el asentir á esta facción.
Ofreciéronse también á ir con él los diez españoles, que le habían
seguido desde Gueguetenango, y el hermano Juan de Santa María,
betlemita, que también había ido con el corregidor;
y los tres españoles, que habían ido de Chiantla, con el padre
provincial; todos estos libre, y voluntariamente,
para asistir á su corregidor, que iba como capitaneándolos, y por si
algo se ofreciese, por ser aquel rumbo, por
donde no se había entrado jamás, y
ser esta la vez primera que por allí se entraba; protestando
todos, no ir con fin de hostilizar, en cosa
alguna, á los indios, sino solamente de ayudar en Dios, en todo lo
que pudiese ser de servicio.
Otra
vez se ofrecieron de nuevo, y voluntariamente, los indios principales, de Santa
Eulalia; los cuales sirvieron en esta entrada con especial demostración de fe,
devoción, y amistad, señalándose entre todos Don Ambrosio Méndez, D. Juan
Basilio, y el alcalde Francisco Díaz; á quienes imitaron otros cuatro indios de
San Mateo de Istatán, llamados Felipe Gómez, Andrés Ordóñez, Pedro Marcos, y
Marcos Jorge.
Y
todos juntos con los demás indios, necesarios para la apertura de caminos, y
conducción de bastimentos, salieron de Santa
Eulalia, con el corregidor, y los padres, el
día ocho de marzo de 1685. Encaminaron su marcha á la montaña, y
aquel día se anduvieron seis leguas, hacía la parte del Norte, por camino
abierto, pasando una serranía, que de subida, y bajada tenía cuatro leguas, las
dos primeras de palizada, lajas, y rebentones, muy altos; y las dos últimas,
hasta llegar á un río, eran de tierra de migajón, y desde el prin¬cipio de
ellas se vieron milperías de los indios de Santa Eulalia, y vestigios de
edificios antiguos, de cal y canto, y desde esta milpería, al río era todo
monte claro.
En este paraje se hizo asiento, y la primera
mansión, y se llamaba, en el idioma de aquellos indios, Jehachán. Púsosele por
nombre San Joseph, y estando en él, los indios, que llevaban á mal esta
entrada, dijeron que de allí adelante no había
camino para parte alguna, y que para
caballerías era imposible el paso, y aún para de á pie muy difícil.
Pero
venciendo dificultades, salieron el hermano betlemita, Juan de Santa María, y Don Diego Bernardo del Río, y con ellos los
indios D. Ambrosio Méndez, D. Juan Basilio, y Francisco Díaz, principales de
Santa Eulalia, y los otros cuatro, que dije de San Mateo, que todos estos
llevabaná bien, y esforzaban lo posible esta entrada, y acometieron los
imposiblesque los otros ponderaban, rompiendo por ellos, á costa de mucho
trabajo,y descubrieron paso, por donde se vadeó tres veces el río.
Y
después de vadeado la última vez, se dió en una milpería vieja; y de allí
adelante, parte por panojales, muy crecidos, y parte por arboleda, sumamente
espesa, por lomas y cuchillas, siguiendo el río abajo, fueron abriendo camino,
la distancia de legua y media; después de la cual, se dió en otra milpería
vieja, donde había un platanal pequeño, á
orillas de un arroyuelo. Era el nombre de este sitio, en aquel idioma, Icalá, y
se le puso el de la limpia Concepción ; y allí se asentó aquel día nueve, á la
noche.
El
siguiente día se empezó á caminar, inclinándose algo hacia la parte del Norte,
subiendo por una serranía de arboleda, muy espesa, abriendo siempre camino (que
no le había) pues cuando mas, se dejaban ver, y registrar algunas sendas, por
las cuales se iban guiando los que iban abriendo el camino,que eran siempre los
que ya he dicho; y á distancia de legua y media, se bajó á un arrollo, que
tenía un salto de agua pequeño, antes del paso; y esta bajada de la serranía,
es por ladera muy empinada; de suerte, que todos la bajabaná pié, y sueltas las
caballerías, como así mismo á la subida por ser también agria. Y
pasado este paso, se andubo otra legua más á caballo, cerro arriba, por
montañas, y breñas; y al fin de ella se hizo mansión, para pasar aquella noche.
La
mañana siguiente, primer domingo de cuaresma, celebró allí misa el padre
provincial Rivas, y comulgó el corregidor, el padre misionero Fray Mateo de Figueroa, el
hermano betlemita, y otros de los españoles.
Y á este sitio que en el idioma de los indios se llamaba Tipench, que quiere
decir, golpe de agua (por el salto del río pasado) se le cristianó poniéndole
el santo Nombre de Jesús.
Habiendo
dado gracias á Dios,'acabada la misa, se levantó de aquel sitio, y se prosiguió
la marcha, inclinándose al Oriente, y subiendo siempre, hasta distancia de dos
leguas, por la misma especie de arboleda. Y habiendo llegado á la cima, y
caminando por llano, por cuchilla, como distancia de media legua, se halló una cruz, ya vieja; pero bien formada, y en pie;
y el camino abierto duró lo que la cuchilla, hasta empezar á bajar. Bajóse como
dos leguas, abriendo siempre camino; porque ya se había perdido el abierto de
la cuchilla. Llegóse á un paraje de milperias antiguas, cerca de un río grande
pedregoso, donde se hallaron algunos ranchos viejísimos, que los cubría el
panojal, y era un sitio plano; después del cual, se bajaba cosa de dos cuadras,
y luego se proseguía llano, cosa de un cuarto de legua, hasta llegar al río,
poblado de arboleda, espesa, y breñosa.
Este
sitio, dijeron los indios, que era antiguamente el socorro de sus hambres,
porque en faltándoles el maíz en las tierras altas, por los hielos, se iban á
sembrar á aquel paraje, por ser de tierra fértil, y que acudía á los cinco
meses con el fruto del maíz. Y en este sitio hay algunos zapotales,( Después de la región fria de Santa Eulalia, Soloma y San
Mateo Ixtatán, se llega al territorio de tierra caliente en el valle de de San
Ramón,y anexos de Barillas, Huehuetenango) y por su fertilidad se
llamaba, en aquel idioma, Lapoconop, que quiere decir lugar de tierra buena.
Púsosele por nombre San Pedro Nolasco, y allí se pasó aquella noche, y el día,
y noche siguiente, por haber llovido, y no haberse podido caminar.
Hasta
este paraje era lo más á que se habían estendido los indios cristianos de la
Verapaz antiguamente, aunque ya lo habían desamparado, mucho había, por el
temor de los lacandones; y habiendo cesado el agua, se levantó de este sitio, y
se fué buscando camino, por una loma muy alta, que mira al Norte, por sobre la
cual se anduvieron tres leguas; y á la primera legua,antes de llegar á la
cuchilla, se encontró un edificio antiguo, de cal y canto, el cual se subía por
gradas al rededor, y encima del edificio estaba un ídolo, de más de media vara
de alto, en forma de león, sentado; y aunque se reconoció, que no estaba
frecuentado, por estar sucio, y no haber señales de humerios, ni rastro de
pies, se quitó de allí, se hizo pedazos, y se conculcó; y en el sitio donde
estaba, se colocó una cruz, muy grande, que fué de todos adorada; se bendijo el
lugar, y edificio, al cual se le puso por nombre Nuestra Señora de Belen.
Y
desde este sitio, caminando hacia arriba de la loma, se subieron otras dos
leguas, de mal camino, hasta llegar á la cima. Y habiendo reconocido, que por
allí no se descubría senda alguna, ni se podía romper camino, para pasar
adelante, se determinó volverse á la mansión de Lapoconop, ó San Pedro Nolasco,
de á donde se había salido aquel día, como con efecto lo ejecutaron, habiendo
puesto en lo más alto de aquella cima otra cruz, bendecido el lugar, y puéstole
por nombre los Reyes.
El
día siguiente, que era el catorce de Marzo, salió de aquel sitio el hermano
betlemita, con Don Diego Bernardo del Río,
y los indios que siempre (que de los demás, mal se hacía carrera) y cogieron el
rumbo, inclinados al Occidente, á descabezar aquella loma, por la parte por
donde daba vuelta el río; y aquel día, y el siguiente, anduvieron cosa de diez
leguas adentro, por huellas que hallaron de los indios infieles; y al cabo de
ellas, hallaron señal, como de hasta ocho indios, en un paraje, en que habían
dormido; y siguiendo el rastro, dieron con indios lacandones, los cuales como
los sintieron, se pusieron en fuga, por una barranca abajo, tan
precipitadamente, que apenas se dejaron ver.
Discurrióse,
que estos indios lacandones debían de ser espías, por haber empezado su rastro
desde donde tenían hecha los nuestros su
mansión en San Pedro Nolasco; y así mismo vieron el hermano betlemita, y los
que con él iban, á la falda de una loma, á mano derecha, algunas humadas, como
de rancherías, que sin duda eran las poblaciones de los infieles, aunque no las
pudieron alcanzar á ver, por la mucha, y grande espesura de la arboleda.
Con
estas noticias volvieron a incorporarse a la mansión de San Pedro Nolasco,
donde había quedado el corregidor, los religiosos y los demás; y habiéndoselas
referido á todos, y considerado, no convenía prosiguiesen solos los religiosos,
por haberse tenido por cierto, ser espías los lacandones, que se vieron, y ser
evidente el riesgo, y que el corregidor no podía
tampoco proseguir con la demás gente, por no hallarse obligado, y
precisado a choque con los infieles, que es lo que se manda excusar, siempre
que se pueda, y por no dejar de estar, y cumplir en todo con las órdenes
superiores, se determinó retirarse, con toda la
gente, y los padres, otra vez a Gueguetenango, como en efecto se ejecutó, por los mismos tránsitos, y
parajes, por donde se había ido hasta allí. Y ahora se seguirán las
razones, que dió el padre Provincial Fray Diego de Ribas, para no haber
determinado, el que se pasase adelante.
CAPITULO VI
Participa el padre provincial Ribas al
Presidente de Guatimala noticias de lo descubierto en aquella entrada al
Lacandón. — Calidad de la tierra que se penetró. — Pide la Religión de Santo
Domingo, se asiste á los religiosos del Chol. — Despáchame nuevas órdenes del
Rey.
MARGINALES.—Envía relación de todo el
provincial al Presidente.—Qué frutos tiene la tierra.—Sitio para la población
de españoles.—Que conviene la fundación.—Que se aguarda la ocasión de
continuar.—Que quedaba vencida la mayor dificultad.—El oidor Saraza estaba en Gueguetenango.—Persuade el oidor al Presidente.
Vueltos de retirada a Gueguetenango, el corregidor y los
religiosos, y los indios
á sus pueblos, el padre provincial Ribas, remitió puntuales
relaciones de todo lo acaecido en el viaje al Presidente dé Guatimala,
asegurándole: que toda la tierra que habían penetrado en aquella entrada, era
muy fértil, y de migajón, y llena de aguas; y que era de sostén, y tenía palo
de maría, ule, guayacán, y otros géneros útiles. Que había mucha miel, pacayas,
busnayes, frutos de tierra caliente, aunque aquella no lo era mucho, sino
templada; y por lo que se había visto, muy á propósito para todo género de
sembrados, así de tierra fría, como de tierra caliente.
Que
en cualquiera paraje de la vega de aquel río grande,( Río Ixcán) á donde había
llegado, se podía fundar población de españoles,
así por estar en el riñón, y en el medio, respecto de la
Verapaz, y Ocozingo, como por ser la tierra fértil para todo: y
porque de allí adelante no había eminencias de serranías, sino puntas de lomas,
pues los exploradores, en las diez leguas, que habían andado, llegaron á tocar
en tierra muy caliente y del todo llana: y que era muy conveniente el fundarse
allí, para facilitar la reducción de los infieles; pues quedaba ya el camino
abierto, para continuar en la misión. Y por que los pueblos de indios
cristianos, con quienes confinaban, no se infestasen.
Que
el haber ejecutado la retirada, no era desamparar la facción, ni dejar de
proseguir en ella, sino solicitar modo para que se lograse mejor el trabajo,
con lo sazonado de la ocasión, sin dilatar el tiempo, que procuraría no se
perdiese; pues quedaba ya vencida la mayor dificultad, que era la del camino,
que se había ya abierto, y la repugnancia de los indios, que le ocultaban; y estar demarcado, y reconocido el sitio, donde convenía fundar la colonia, ó población de españoles,
que se había tratado en los juntas generales, á que se podía dar la
providencia conveniente.
Hallábase en Gueguetenango, al tiempo que los padres
entraron en la montaña, Don Francisco Sarasa,
Oidor de la Audiencia de Guatimala; y como habiendo vuelto los padres á aquel pueblo; éstos, y el
corregidor le refiriesen lo que habían descubierto y visto, en el
progreso de su jornada; persuadía también al Presidente á la prosecución de la
empresa, ofreciendo para ella la asistencia de su persona, con el título que el
Presidente gustase de darle; pues tanto convenía el fenecerla, por los
justificados motivos, que á todos eran notorios.
Con la misma expresión de palabras, en lo que miraba á la gratitud,
y deseo en su Magestad, se libraron las cédulas al Presidente, y Audiencia de
Guatimala, para que por aquella parte se acudiese á la facción, haciendo la
entrada por los tres parajes de Chiapa, Gueguetenango y Verapaz.