LA CONSTANCIA TODO LO VENCE
EN MIS TIEMPOS de muchacho, mi principal defecto era la inconstancia: cualquier dificultad me hacía desistir de la empresa que tuviese entre manos.
Cierta noche, mi padre tomó una tabla y una navaja, y me las entregó, diciéndome: «haz una raya de punta a punta».
Así que le hube obedecido, guardó ambas cosas en su escritorio. A la noche siguiente, volvió a entregármelas, me pidió que repitiera la misma operación; y en cuanto lo hice, volvió a guardarlas.
Al cabo de varias noches, cuando la raya que la navaja había ido ahondando cada vez más, partió la tabla en dos pedazos, mi padre se quedó mirándome, y me dijo:
—Nunca hubieras creído que era tan fácil, ¿verdad? Pues lo mismo pasa con todo en la vida. ¡Hay que tener constancia, muchacho!
La lección, por lo práctica, resultó inolvidable, hasta para un niño de diez años, como era yo entonces.
Noah Semenoff
EN MIS TIEMPOS de muchacho, mi principal defecto era la inconstancia: cualquier dificultad me hacía desistir de la empresa que tuviese entre manos.
Cierta noche, mi padre tomó una tabla y una navaja, y me las entregó, diciéndome: «haz una raya de punta a punta».
Así que le hube obedecido, guardó ambas cosas en su escritorio. A la noche siguiente, volvió a entregármelas, me pidió que repitiera la misma operación; y en cuanto lo hice, volvió a guardarlas.
Al cabo de varias noches, cuando la raya que la navaja había ido ahondando cada vez más, partió la tabla en dos pedazos, mi padre se quedó mirándome, y me dijo:
—Nunca hubieras creído que era tan fácil, ¿verdad? Pues lo mismo pasa con todo en la vida. ¡Hay que tener constancia, muchacho!
La lección, por lo práctica, resultó inolvidable, hasta para un niño de diez años, como era yo entonces.
Noah Semenoff
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