"ÁTALA"
DE CHATEAUBRIAND
EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801P R E F A C I O
Se ve por la carta precedente lo que ha dado lugar a la publicación de Átala, antes de mi obra sobre el genio del cristianismo, o las bellezas poéticas y morales de la religión cristiana de que hace parte.
Sólo me falta decir de qué manera se ha compuesto esta historia.
Era todavía muy joven, cuando concebí la idea de hacer la epopeya de la naturaleza, o de pintar las costumbres de las salvajes, contrayéndolas a algún acontecimiento conocido; y no encontré, después del descubrimiento de la América, pasaje más interesante, especialmente
para los Franceses, que el destrozo de la colonia de los Naches en la Luisiana, año 1727. Todas las tribus indianas conspirando a reponer el Nuevo-Mundo en su libertad, al cabo de dos siglos de opresión, presentaban, en mi concepto, al pincel un asunto casi tan feliz como la conquista de México. Esparcí, pues, en mi papel algunos fragmentos de esta obra; pero conocí al instante que me faltaban los verdaderos colores, y que era necesario, si quería formar una imagen parecida, visitar, a ejemplo de Homero, los pueblos que intentaba pintar.
En 1789. Comuniqué a M. de Malsherbes el designio que tenía de pasar a América. Pero deseando al mismo tiempo dirigir por tierra el pasaje tan buscado, y sobre el cual, aun el mismo Cook había dejado dudas. Partí, vi las soledades americanas, y volví con planes para otro viaje que debía durar nueve años. Pensaba atravesar todo el continente de la América septentrional, seguir luego remontando, las costas al norte de la California, y volverme por la bahía de Hudson girando bajo el polo. M. de Malsherbes se encargó de presentar mis planes al gobierno, y entonces fue cuando oyó los primeros fragmentos
de la obrita que ahora doy al público. Se sabe el estado en que se ha visto la Francia, hasta el momento en que la Providencia ha hecho parecer uno de estos hombres, que ella envía en señal de reconciliación, cuando ya se ha cansado de castigar. Cubierto de la sangre de mi hermano único, de mi cuñada, y del ilustre viejo su padre: después de haber visto a mi madre y a otra hermana mía muy instruida, morir de resultas del maltrato que habían padecido en los calabozos, anduve errante por tierras extrañas donde el solo amigo que me quedaba se dio de puñaladas entre mis brazos (1).
De todos mis manuscritos sobre la América, no he salvado sino algunos fragmentos, particularmente la Átala; y aun ésta no era más que un episodio sobre los Nachez. Átala se ha escrito en el desierto, y bajo las chozas mismas de los salvajes. No sé si el público gustará de
una historia, que sigue unos trámites diferentes de todos los conocidos, y que presenta una naturaleza y unas costumbres del todo extrañas para la Europa. No hay aventuras en Átala. Es una especie de poema (2) mitad descriptivo, mitad dramático. Todo consiste en la pintura de dos amantes, que andan y conversan en la soledad. Todo se encierra en la descripción de las turbaciones del amor, en medio de la quietud de los desiertos y de la calma de la religión. La distribución de esta obra es la más antigua: ella se divide en prólogo, narración y epílogo.
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