viernes, 30 de junio de 2017

Y EL RUISEÑOR EMPEZÓ A CANTAR

En reciente libro, The Iron Wolf and Other Stories ("El lobo de hierro y otros cuentos") , Richard Adams nos relata de nuevo esta encantadora fábula sobre el ruiseñor y el secreto de su canto de oro puro. "Una fábula es mejor cuando se dice en voz alta y espontáneamente", escribe Adams. Así pues, el escritor imagina una cálida tarde en la campiña y tina madre que le dice a su hijito: Y EL RUISEÑOR EMPEZÓ A CANTAR
POR RICHARD ADAMS
CUENTAN que hace muchísimo, poco después del nacimiento del mundo, todas las Aves se parecían unas a otras, exceplo en sus tamaños. Eran de un color pardusco por arriba y de tono blanco grisáceo, o como las piedras, por abajo; y tenían el pico de la misma forma: corto y recto.
Pues bien, un día, Dios recorría el mundo contemplando las maravillas que había hecho; de pronto se le ocurrió que el aspecto de las aves era un tanto monótono, y pensó en mejorarlas con un toque especial. Llamó entonces al arcángel Gabriel y le ordenó hacer los preparativos para que convocara cierto día a las aves a una reunión, porque las haría lucir diferentes y, en verdad, espléndidas.
Al llegar el día señalado se congregaron parvadas y más parvadas de pájaros: todas las aves del mundo. El
punto de reunión fue una gran montaña verde, y a Gabriel le costó mucho trabajo mantenerlas quietas mien-
tras las contaba y ponía una señal en su lista para estar seguro de que no faltara ninguna. Lugo, la bromista
urraca le robó la lista, y cuando Gabriel la recuperó la halló enlodada y llena de borrones.
Por fin, el arcángel resolvió que todas habían acudido a la cita (si bien se equivocaba, como veremos),
y fue a informarle al Señor que sus órdenes quedaban cumplidas.
Dios se presentó llevando un saco enorme lleno de diferentes picos, y su caja de pinturas. Los colores que venían en la caja eran autorrenovables y sempiternos; tan maravillosos y extraordinarios, que ni el mismo Creador sería capaz de hacerlos otra vez. Pidió cortésmente al grajo que guardara silencio y a continuación explicó a los pájaros que había decidido sería estupendo pintarlos; cada Uno, añadió, podría elegir sus propios colores y forma de pico. Las aves lanzaron gritos de gozo, llenas de emoción, y en seguida se sentaron o se echaron a volar de un lado a otro, mientras les llegaba el turno.
El primero de los seres alados en presentarse fue el papagayo, y se engalanó primorosamente. Nadie ha contemplado nunca nada tan bello desde entonces. El Señor y Gabriel contuvieron la risa, pero no podían menos que intercambiar una mirada cada vez que el papagayo pedía un poco más de rojo y luego un poco más de brillante azul. Cuando termínó de pintarrajearse, escogió un pico fuerte y ganchudo con el que podría cascar nueces y, satisfecho, voló de regreso a Sudamérica, más alegre que unas Pascuas y graznando de orgullo.
Después del papagayo llegó el mirlo, el cual todavía no se llamaba así. Había estado atento mientras aquel recibía sus colores y vio que las otras aves se burlaban, aunque disimulaban sus risas cubriéndose la cabeza con las alas. Por tanto, eligió un hermoso tono negro, sencillo y lustroso. Pero no pudo resistir el atractivo de un pico de vivo color amarillo que descubrió en el saco, y los pájaros convinieron en que hacía juego con el negro. Antes de partir, voló a posarse en la rama de un roble y lanzó al aire un hermoso canto de acción de gracias.
Una por una, las aves se fueron acercando a elegir sus colores, y el tordo se mantuvo erguido e inmóvil mientras le cubrían el pecho con manchas de color castaño; en cuanto al pavo real, ya te imaginarás cuántos remilgos tuvo antes de quedár satisfecho. Ni siquiera se paró a cantar de agradecimiento, pero el Señor Dios no se disgustó. Siguió pintando, porque amaba mucho y por igual a todos sus pájaros: a los pratíncolas y paros carboneros, aguzanieves, picoteras y golondrinas de pecho rojo. Encontró un pico enorme y, pensando que lo había hecho por error, ya se disponía a arrojarlo lejos de allí, cuando el pelícano le rogó: "Un momento, Señor, me parece que a mí me vendría muy bien". Y así ha sido, porque esta ave marina lo ha conservado hasta la fecha.
Era un hermoso día de verano, idéntico al de hoy, y ni los colibríes sentían frío. Por fin, al caer la noche, Dios observó que ya sólo quedaban unos cuantos pájaros, y les dijo que los dejaba en libertad para usar la pintura restante, pues había hecho la mezcla especialmente aquella mañana, y no se conservaría. Así pues, el martín pescador, el jilguero, el carpintero, la abubilla y la oropéndola, así como una o dos avecillas más, le tomaron la palabra, y se hicieron cubrir de tonos azules, verdes, rosas y amarillos esplendorosos.
Todas y cada una de las aves ya se habían hecho presentes y partido; se habían agotado los picos y también los maravillosos colores. Dios y el arcángel Gabriel descendieron juntos de la montaña, muy cansados, sin duda, pero muy contentos de su labor cumplida en esa larga jornada.
"Con esto el mundo ha mejorado muchísimo, Señor", comentó el arcángel al llegar ambos al pie de la montaña.
En aquel momento, Dios y Gabriel oyeron un batir de alas y cierto alboroto en el bosque. Algo se aproximaba por entre las malezas, y con gran prisa, pues las frondas se agitaban y se oía un crujir de ramas; sin embargo, no alcanzaban a ver nada. Los dos se detuvieron a averiguar qué era aquello, pero ya casi anochecía y no distinguían gran cosa. Dios se volvía para reanudar su marcha cuando, de repente, un pajarillo castaño y gris salió aleteando de entre los espinos "¡Señor! ¡Señor!"; chilló. Era el ruiseñor. Dios extendió el brazo; el ave llegó y se posó en la muñeca del Creador.
—Me dijeron ... digo, el mirlo me acaba de comunicar que habías invitado ... sí, que nos habías invitado para hacernos pintar —explicó, jadeante—. Me dijo que debí enterarme antes, pero vivo entre lo más espeso del bosque y nadie se acordó de ir a informarme. Me di prisa en acudir aquí en cuanto lo supe. Espero no haber llegado demasiada tarde, ¿eh, Señor?
Dios echó una mirada a su maravillosa caja de pinturas y vio que estaba vacía. No quedaba ningún color: se habían terminado. También la avecilla miró en la caja y, al advertir que ya no contenía nada, no pudo reprimir un gemido de amargo desencanto. Segura de que la culpa era suya, se disponía a remontar el vuelo, cuando el Señor buscó entre los pinceles, a un lado de la caja. En la punta de uno de ellos quedaba una reluciente manchita de oro.
—Vuelve aquí. Pósate un momento en mi dedo —indicó Dios al ruiseñor—. Quédate quieto y abre el pico. '
El pajarito color castaño obedeció; el Señor tomó el pincel y tocó suavemente la lengua de la avecilla con la punta de oro. Este le trajo un gusto áspero y ardiente, y el ruiseñor emprendió raudo vuelo por los matorrales. Y a poco, de súbito, se puso a cantar. Nadie había oído cantar a un pájaro de aquel modo. El campesino que pasaba por ahí, cónduciendo a sus vacas a la alquería para ordeñarlas, se detuvo al momento, alelado. En la montaña, el pastor que cuidaba de sus ovejas se olvidó de ellas y clavó la mirada en la luz crepuscular, maravillado, mientras su esposa, que arropaba a su hijito en la cama, fue hasta la ventana y aguzó el oído, como si escuchara el canto de un ángel.
Dios y el arcángel Gabriel lo escucharon también un largo rato; y luego se encaminaron a casa. No tuvieron que preguntarle al ruiseñor si era feliz. Hacía una noche apacible y, a más de un kilómetro de distancia, seguían escuchando aquel canto.
CONDENSADO DE THE IRON WOLF AND OTHER STORIES 1980 POR RICHARD ADAMS
Selecciones del Reader´s Digest Mayo 1983

lunes, 26 de junio de 2017

EXTRANJEROS QUE VINIERON A HUEHUETENANGO--Profa. Amparo Hernández V. de Aguirre



 6-6-16
HUEHUETENANGO EN UN SIGLO
 Profa. Amparo Hernández V. de Aguirre
Colaboración. Prof. Rosanio Del Castillo Hernández
Huehuetenango, Julio 2001
 Publicado con permiso de la Autora

Extranjeros que vivieron en Huehuetenango, en este siglo. Los Ascoli fundaron esta casa frente a la catedral, más tarde vendieron este almacén a los señores Manuel Sáenz y doña Petra Cabrejas de Sáenz, españoles que le dieron el nombre de "Casa Sáenz", este almacén vendía hilos, tintes alemanes, madejas de tela, productos que tuvieron mucha demanda , ya que la artesanía principal eran los tejidos. Los telares eran manuales con sus respectivos complementos, redinas urdiembres, peines, canutos, etc.Fabricaban tejidos que tuvieron mucha demanda, servilletas, cotines-hiervias, cortes de indígena, rebozos, manteles, sábanas, colchas. Aún se aprecian fabricas, por San Lorenzo, Chimusinique y Jumaj
Los hijos de los señores Sáenz Cabrejas fueron: Don Manolo Sáenz, casado con la señora Marina Ortega. Don Paco Sáenz  casado con la profesora Julieta Calderón, Lolita casada con el profesor Víctor Calderón, Pepe y Conchita quien fue reina del deporte.
 
   Después de la segunda guerra mundial, vinieron a Huehuetenango los chinos Jorge y Jesús Chan quienes tenían una tienda y libroria, vendían hilos, lustrinas, agujas, carrizos, ganchos, fósforos, papel de china y muchos artículos más. Esta tienda más tarde de Raúl Chang y Cheyo; chinos muy amables, les agradababa convidar a sus amigos con dulces y frutas secas de la China. ,,
 
  De Suiza vino también el señor Cristhian Gantembeín, quien casó con la señora Victoria Rodríguez, instaló la primera fábrica aguas gaseosas "El Danubio", también vendían heladitos de palrta.
Vivieron en donde está la farmacia " La Moderna" y más tgarde  lueron propietarios de la casa en donde está el Banco de )c(,¡dente.
Padres de muchos hijos: Margarita, Cristhian, Pablo, Andrés, victorina, Martha, y Anita, quien fue la quinta reina de las fiestas Jullas en el año de 1934. De esta familia aún viven varios hijos y nietos, uno de ellos, el culto y buen amigo Cristhian Calderón Gantenbein .
  En el año de 1907, vinieron de E.E.U.U. los misioneros Francisco y Anita Toms, varios años después viendo la necesidad de establecer un colegio con internado, fundaron el colegio " La Aurora" con 25 alumnos en el año de 1920, la maestra fue la Norteamericana señorita Elizabeth Bodle. Este colegio al año ya contaba con 90 alumnos e internado y hubo necesidad de más maestros, ellas fueron las señoritas: María Delgado, Jacinta Molina, Olimpia Sosa, Margarita Guevara, en el internado estaba la señorita Frida.   Este colegio fue una bendición para muchas familias huehuetecas y de otros departamentos, del Quiché vinieron muchos alumnos, los Brol, los Cortina, Ardavín, Samayoa, etc.
Los esposos Toms, también tenían lechería, se tomaba la leche al pie de la vaca.
Este colegio despues pasó a la profesora Elva Recinos, dejó lo funcionar varios años. En la actualidad cuenta con varias carreras profesionales y con gran cantidad de alumnos, sin internado.
 
   También vinieron a Huehuetenango, el señor Rodolfo Apel y su esposa Elsa, alemanes que atendieron el Hotel Galvez, más tarde  Zaculeu del señor Guillermo Tornoe. En la actualidad pertenece  a la doctora Teresa de Jesús Sosa M.
 
   Vinieron también a Huehuetenango, los hermanos Antonio, Nicolás y Cristóbal Siekaviza, se dedicaban a la sastrería, vendían casimires, gabardinas y paños finos. Después radicaron en Quetzaltenango y don Cristóbal venía frecuentemente a recibir encargos, confeccionaban trajes de caballero, dama, abrigos delicadamente bien hechos.
 
   Vino también el turco Moisés Alcahé, con una tienda bien surtida de telas. 
También el español Antonio Alvarez y su esposa, con tienda y librería, en donde hoy está la Miscelánea.

sábado, 3 de junio de 2017

FAM. EZETA MARROQUÍN- HUEHUETENANGO EN UN SIGLO . III. NUESTRA GENTE.

4-6-16
 Viene de 

HUEHUETENANGO EN UN SIGLO
 Profa. Amparo Hernández V. de Aguirre
Colaboración. Prof. Rosanio Del Castillo Hernández
Huehuetenango, Julio 2001
 Presentación por Cortesia de la Autora


III. NUESTRA GENTE.

Familias de la élite huehueteca de las primeras décadas del siglo: la familia del General Manuel Marroquín padre de varias hi­jas, una de ellas contrajo matrimonio con un señor de apellido Al­cántara, otra con un señor de apellido Urrutia y otra llamada Josefa contrajo matrimonio con el señor Carlos Ezeta originario del herma­no país de el Salvador. Don Carlos llegó a ser presidente de ese hermano país y de ese matrimonio nacieron tres bellas hijas, Emi­lia, Carlota y Matilde, señoritas muy cultas con estudios en la ciu­dad de Francia. A don Carlos Ezeta, le dió golpe de estado su pro­pio hermano, entonces doña Josefa viajó a Huehuetenango con sus tres guapas hijas, quienes pronto contrajeron matrimonio con jóvenes gallardos de esta tierra; doña Emilia Ezeta Marroquín con­trajo nupcias con el señor Ventura Aguirre y de este matrimonio nacieron sus tres hijos: Ventura, Emilia y Esperanza.
   Carlota se casó con el señor Rafael Aguirre Panamá y pro­crearon varios hijos.

    Y Matilde Ezeta Marroquín, contrajo matrimonio con el inge­niero Virgilio Recinos, de este matrimonio nacieron sus hijos: Virgi­lio, Teodoro, Matilde y Olga. Esta familia vivió en una casa muy bella que estaba en el lugar de la placita. Una casa de tres patios.

  El primer patio tenía habitaciones, corredores y jardín; el segundo patio cuartos de servicio y pila y el tercer patio caballeri­zas, ya que el transporte se hacía con bestias.
Esta casa era de pilares torneados, muebles finos, espejos, cuadros, vitrola y el piano que no faltaba.

  Doña Matilde era una mujer muy devota a la Iglesia, todas las tardes la visitaba, cantaba bellas melodías con voz de soprano y se acompañaba ella misma tocando el órgano. También era devota al niño de Atocha que se veneraba en casa de la señora Tonita Herrera.

  Siguiendo con las familias de aquel entonces; estaba la fa­milia del Coronel Lorenzo Castillo, casado con doña Bartola, due­ños de una casa amplia que estaba en donde hoy están los Bancos Otietzal y República.
Don Lencho fue dueño de varias fincas por San Marcos, la casa de campo de esta familia aún se aprecia en Chicol en donde ostá la casa de cuatro corredores. Sus hijos fueron: Lorenzo, Hum­berto, María Luisa y Nivea Luz quien fue reina de las fiestas Julias un el año de 1939. Don Lencho también fue el padre de el licenciado Eduardo Castillo Arriola quien vive en la Capital; muchas de es­tas familias tenían carruaje jalado con bestias, no había automóvi­les, don Lencho era uno de ellos.

Otra familia de abolengo, La familia Castañeda.

Doña Luz Castañeda de Valdez y doña Chavelita Castañeda de Partegáz, tías del General Jorge Ubico, su casa hoy el Amparo de San José. En esta casa se hospedaba el General Ubico cuando visitaba Huehuetenango, esta casa era adornada con cordeles y pino y la ciudad se ponía de fiesta, pasaban cine en el parque y conciertos extraordinarios, el General Ubico daba vueltas en e1 par­que, en compañía del Mayor de plaza.

El panteón de esta familia se aprecia al entrar al cementerio general al lado derecho, es el segundo panteón.

Otra familia recordada por su amabilidad y simpatía, don Emilio y doña Chavelita Galvez con sus hijas Nicolasa y Toita. Due­ños del Hotel Galvez, hotel que más tarde fue de don Rodolfo Ap­pel, estaba a un costado de la farmacia Berlín, descendiente de esta familia es, Jorgito Galvez. Continuara. 
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Para leer sobre el General Carlos Ezeta en México
 La Muerte de Carlos Ezeta