MARÍA
María
Historia real por Jorge Isaacs
Pronto estuvo mi hamaca colgada. Acostado en ella veía los montes distantes no hollados aún, iluminados por la última luz de la tarde, y las hondas del Dagua pasar atornasoladas de azul, verde y oro. Bibiano, estimulado por mi franqueza y cariño, sentado cerca de mí, tejía crezneja para sombreros fumando en su congola, conversándome de los viajes de su mocedad, de la difunta (su mujer), de la manera de hacer la pesca en corrales y de sus achaques. Había sidoesclavo hasta los treinta años en la mina Iró, y á esa edad consiguió á fuerza de penosos trabajos y de economías, comprar su libertad y la de su mujer, que había sobrevivido poco tiempo á su establecimiento en el Dagua.
Los bogas, con calzones ya, charlaban con Rufina; y Lorenzo, después de haber sacado sus comestibles refinados para acompañar el sancocho de nayo que nos estaba preparando la hija de Bibiano, había venido á recostarse silencioso en el rincón más oscuro de la sala.
Era casi de noche cuando se oyeron gritos de pasajeros en el río : Lorenzo bajó apresuradamente y regresó pocos momentos después diciendo que era el correo que subía; y había tomado noticia de que mi equipaje quedaba en Mondomo.
Pronto nos rodeó la noche con toda su pompa americana : las noches del Cauca, las de Londres, las pasadas en alta mar ¿ por qué no eran tan majestuosamente tristes como aquella?
Bibiano me dejó creyéndome dormido, y fué á apurar la comida. Lorenzo encendió vela y preparó la mesita de la casa con el menaje de nuestra alforja. A las ocho todos estaban, bien ó mal, acomodados para dormir. Lorenzo, luego que me hubo arreglado con esmero casi maternal en la hamaca, se había acostado en la suya.
MARÍA. 371
— Taita, dijo Rufina desde su alcoba á Bibiano, que dormía con nosotros en la sala: escuche su mareé la verrugosa cantando en el rio.
En efecto, se oía hacia ese lado algo como el cloqueo de una gallina monstruo.
— Avísele á ño Laurean, continuó la muchacha, para que á la madrugada pasen con mañita.
— ¿Ya oíte, hombre? preguntó Bibiano.
— Sí, señó, respondió Laurean, á quien debía de tener despierto la voz de Rufina, pues según comprendí más tarde, era su novia.
— ¿Qué es esto grande que vuela aquí? Pregunté á Bibiano, próximo ya á figurarme que sería alguna culebra alada.
— El murciélago, amito, contestó, pero no haya miedo que le pique durmiendo en la hamaca.
Los tales murciélagos son verdaderos vampiros que
sangran en poco rato á quien llega á dejarles disponibles la nariz ó las yemas de los dedos; y realmente se salvan de su chupadura los que duermen en hamaca.
CAPITULO LVIII
Lorenzo me llamó á la madrugada : vio mi reloj y eran las tres. A favor de la luna, la noche parecía un día opaco. A las cuatro, encomendados a la Virgen en las despedidas de Bibiano y de su hija, nos embarcamos 372 ISAACS.
— Aquí canta la verrugosa, compae, dijo Laurean á Gortico luego que hubimos navegado un corto trecho : saque afuerita, no vaya á tá armaa.
Todo el peligro para mí era que la víbora se entrase á la canoa, pues estaba defendido por el techo del rancho ; pero agarrado por ella alguno de los bogas, el naufragio era probable.
Pasamoc felizmente; mas, la verdad sea dicha, ninguno tranquilo.
El almuerzo de aquel día fué copia del anterior, salvo el aumento del tapado que Gregorio había prometido, potaje que preparó haciendo un hoyo en la playa, y una vez depositado en él, envuelto en hojas de biao, la carne, plátanos y demás que debían componer el cocido, lo cubrió con tierra y encima de todo encendió un fogón.
Era increíble que la navegación fuese más penosa en adelante que la que habíamos hecho hasta allí ;
pero lo fué : en el Dagua es donde con toda propiedad puede decirse que no hay imposibles.