MARÍA
María
Historia real por Jorge Isaacs
CAPITULO LVII
Mientras los bogas y Lorenzo sacaban los trastos de la canoa, yo estaba fijo en algo que Gregorio, sin hacer otra observación, había llamado viejota: era una culebra gruesa como un brazo fornido, casi de tres varas de largo, de dorso áspero, color de hoja seca y salpicado de manchas negras ; barriga que parecía de piezas de marfil ensambladas, cabeza
enorme y boca tan grande como la cabeza misma, nariz arremangada y colmillos como uñas de gato. Estaba colgada por el cuello en un poste del embarcadero, y las aguas de la orilla jugaban con su cola.
— ¡ San Pablo ! exclamó Lorenzo fijándose en lo que yo veía; ¡ qué animalote !
Rufina, que se había bajado á alabarme á Dios,
observó riéndose, que más grandes las habían muerto algunas veces.
— ¿Dónde encontraron ésta? le pregunté.
— En la orilla, mi amo, allí en el chípero, me contestó señalándome un árbol frondoso distante treinta varas de la casa.
— ¿Cuándo?
Á la madrugadita que se fué mi hermano á viaje, la encontró armaa, y él la trayo para sácale la contra.
La compañera no estaba ahí, pero hoy la vi yo y él la topa mañana.
La negra me refirió en seguida que aquella víbora hacía daño de esta manera : agarrada de alguna rama ó bejuco con una uña fuerte que tiene en la extremidad de la cola, endereza más de la mitad del cuerpo sobre las roscas del resto : mientras la presa que acecha no le pasa á distancia tal que solamente extendida en toda su longitud la culebra, pueda alcanzarla, permanece inmóvil, y conseguida esa condición, muerde á la víctima y la atrae á sí con una fuerza invencible : si la presa vuelve á alejarse á la distancia precisa, se repite el ataque hasta que la víctima espira : entonces se enrolla envolviendo el cadáver y duerme así por algunas horas. Casos han ocurrido en que cazadores y bogas se salven de ese género de muerte asiéndole la garganta á la víbora con entrambas manos y luchando con ella hasta ahogarla, ó arrojándole una ruana sobre la cabeza ; mas eso es raro, porque es difícil distinguirla en el bosque, por asemejarse armada á un tronco delgado en pie y ya seco. Mientras la verrugosa no halla de donde agarrar su uña, es del todo inofensiva.
Rufina, señalándome el camino, subió con admirable destreza la escalera formada de un solo tronco de guayacán con muescas, y aun me ofreció la mano entre risueña y respetuosa cuando ya iba yo á pisar el pavimento de la choza, hecho de tablas picadas de pambil, negras y brillantes por el uso. Ella, con las trenzas de pasa esmeradamente atadas á la parte posterior de la cabeza, que no carecía de cierto garbo natural, follao de pancho azul y camisa blanca, todo muy limpio, candongas de higas azules y gargantilla de lo mismo aumentada con escuditos y cavalongas, me pareció graciosamente original, después de haber dejado por tanto tiempo de ver mujeres de esa especie; y lo dejativo de su voz, cuya gracia consiste en gentes
de la raza, en elevar el tono en la sílaba acentuada de la palabra final de cada frase; lo movible de su talle y sus sonrisas esquivas, me recordaban á Remigia en la noche de sus bodas. Bibiano, padre de la núbil negra, que era un boga de poco más de cincuenta años, inutilizado ya por el reumatismo, resultado del oficio, salió á recibirme, el sombrero en la mano, y apoyándose en un grueso bastón de chonta : vestía
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calzones de bayeta amarilla y camisa de listado azul, cuyas faldas llevaba por fuera.
Componíase la casa, como que era una de las mejores del lío, de un corredor, del cual, en cierta manera, formaba continuación la sala, pues las paredes de palma de ésta, en dos de los lados, apenas se levantaban á vara y media del suelo, presentando así la
vista del Uagua por una parte y la del dormido y sombrío San Cipriano por la otra : á la sala seguía una alcoba, de la que se salía á la cocina, y la hornilla de ésta estaba formada por un gran cajón de tablas de palma rellenado con tierra, sobre el cual descansaban las tulpas y el aparato para hacer el fufú. Sustentado sobre las vigas de la sala, había un tablado que la abovedaba en una tercera parte, especie de despensa en que se veían amarillear hartones
y guineos, á donde subía frecuentemente Rufina por una escalera más cómoda que la del patio. De una viga colgaban atarrayas y catangas, y estaban atravesadas sobre otras, muchas palancas y varas de pescar. De un garabato pendían un mal tamboril y una carrasca, y en un rincón estaba recostado el carángano, rústico bajo en la música de aquellas riberas.
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