La
penitencia
Padre D.: —Ahora sí, es tal
como yo pensaba; el asunto se ha aclarado. Es que no te gusta la disciplina
saludable de la Madre Iglesia, y esto es la causa principal de tu riña con ella.
Andrés: —Lejos de eso,
señor, porque después de haber leído el Testamento, mi conducta externa ha
cambiado en gran manera, tanto que, por la gracia de Dios, ya no soy dado a los
diversos pecados de antes. Pero quiero saber dónde lo encuentra en la Palabra de
Dios.
Padre D.: —¿No has leído lo
que dice San Pablo: «El tal sea entregado a Satanás para la destrucción de la
carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (l
Corintios5:5)?
Andrés: —San Pablo muestra
su significado por lo que sigue: «Quitad, pues, a ese perverso de entre
vosotros» (1 Corintios 5:13). Según parece, el sacerdote está equivocado cuando
toma sobre sí lo que el apóstol encarga a la sociedad de cristianos. En segundo
lugar, cuando él obliga a la persona a imponer un castigo a su propio cuerpo, él
hace lo que no debe hacer porque el mandato no es: «Cargarles penitencia,» sino:
«Quitad a ese perverso de entre vosotros.»
Padre D.: —La penitencia es
una disciplina saludable y realiza un fin importante.
Andrés: — Únicamente para el
clero señor, porque mantiene la gente con una cierta reverencia para ellos, y
les infunde más temor del sacerdote que de Dios mismo. Y en esto digo la verdad,
porque diariamente quebrantan los mandamientos de Dios, pero de los mandamientos
del sacerdote exigen la obediencia. Yo recuerdo, señor, que si yo confesaba
haberme embriagado, recibía una penitencia muy leve, pero al ser guiado un día a
escuchar un sermón predicado por alguien que no era sacerdote, usted me obligó a
rodear la capilla sobre mis rodillas, y me impuso muchas dificultades a las
cuales me sujeté en mi sencillez. Ahora, señor, ¿era mayor pecado escuchar a un
sermón que el embriagarme? No; pero al escuchar el sermón le parecía que yo
juzgaba por mí mismo, lo cual usted considera el crimen más grande que se puede
cometer; pero, al emborracharme sólo quebrantaba un mandamiento de Dios, el cual
no afectaba la autoridad del clero. ¿No le parece que se emplea la penitencia
más como una conveniencia para el clero que prevenir el pecado? ¿Y no sirve más
bien para mantener a la gente en reverencia del sacerdote en vez de guardarles
de ofender a Dios? Usted dice que la penitencia es de valor; pero ¿en qué
manera, señor?¿Qué puede efectuar con eso? ¿Puede usted guardar a su pueblo de
cometer pecados abiertos y escandalosos? Bien sabe usted que no. Los puede
asustar para que guarden la cuaresma o algún día santo, o los puede guardar de
adorar con los que usted llama herejes; pero no puede hacerlos sobrios o castos,
ni honrados. Y en cuanto a su absolución, ¿dónde está la necesidad de ella? Si
Dios nos perdona, ¿qué necesidad hay de una absolución de parte del sacerdote? Y
si Dios no nos perdona, la absolución del sacerdote no nos puede librar del
castigo que nuestros pecados merecen.
Padre D.: —Hombre, como te
dije antes, te digo ahora, estás en densas tinieblas; pues la Iglesia ya ha
arreglado este asunto muchos años antes de que tú y yo naciéramos, y sería más
fácil sacudir el fundamento del mundo que derrumbar la infalibilidad de la
Iglesia.
La extremaunción
Andrés opinaba que a la
Palabra de Dios le cabía mejor el carácter de infalibilidad que a lo que el
Padre Domingo llamaba la Iglesia; y como estaba resuelto a no admitir ningún
punto que no tuviese apoyo de la Palabra, no podía esar de acuerdo en este
punto. Ellos se encontraron obligados a pasar a otro punto, que fue el de la
extremaunción.
—En cuanto a esto —dijo el
Padre Domingo—, no puede haber ninguna disputa, porque Santiago dice claramente:
«¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren
por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor» (Santiago 5:14).¿Qué
puedes decir de esto?
Andrés: —Bueno, señor, diré
esto: que usted ha citado sólo una parte del pasaje, y por tanto está ocultando
el significado del apóstol. Él añade: «y la oración de fe salvará al enfermo, y
el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados»»
Ahora, señor, aunque no pretendo entender el asunto completamente, lo entiendo
suficiente para saber que le ha dado un significado equivocado. Usted unge a un
moribundo, para darle un pasaporte al cielo. Pero si se recobrara y después
parece ser moribundo lo tiene que ungir de nuevo. Un niño puede ver que Santiago
está hablando de un enfermo levantarse después de ser ungido por la oración de
fe, de manera que su ungimiento y el de Santiago son dos cosas muy distintas.
Padre D.: —Tú eres un hombre
muy presuntuoso, y ¡ay de ti cuando has de morir sin ser ungido por un
sacerdote!
Andrés: —De verdad, señor,
no tengo ni la más pequeña intención de procurarlo. La Palabra de Dios no la
menciona en el sentido que usted lo da; y no tengo temor de no alcanzar el cielo
si me muero confiando simplemente en la muerte expiatoria de mi Salvador.