Hispanoamericano soy-Huehuetenango, Guatemala-América del Centro- Genealogías- Blog sin percibir lucro, por amor a los libros- Saludos a todos- Cristo es mi Salvador, mi mayor tesoro y lo admiro por su obra en la naturaleza, cascadas, aves volando..." A quién tengo en los cielos, sino a Cristo"- La historia de la Reforma en España, donde gente de la más alta nobleza murió por Cristo y las historias de la Condesa Giulia Gonzaga( Italia) y Doña Leonor de Cisneros me fascinan . Hispan 3
sábado, 29 de octubre de 2016
DIARIO DE DAVID BRAINERD . 1 ENERO 1744
Por la mañana y por la noche gocé de alguna intensidad en la oración y anhelé un
engrandecimiento del reino de Cristo en el mundo. Mi alma parece no poder esperar en
Dios, hasta el tiempo en que Él va a derramar su bendición a la iglesia. Oh, si la religión
pudiera ser reavivada con poder!
22 de diciembre
Pasé el día solo en ayuno y oración y leyendo la palabra sobre las pruebas y
liberaciones de sus hijos. Creo que resultó una corroboración de la fe, y la comprensión
del poder, gracia y santidad divinos, y también sobre la inmutabilidad de Dios, que Él es
el mismo que libraba a sus santos de antaño de las grandes tribulaciones. Mi alma
estuvo orando varias veces por el aumento de la iglesia y el pueblo de Dios. Oh, si
Sión pudiera pasar a ser el gozo de toda la Tierra! Es mejor esperar en Dios con
paciencia que poner la confianza en nada de este mundo inferior. Alma mía, espera en
Jehová, porque de Él viene tu salvación.
29 de diciembre
Pasé el día principalmente conversando con amigos, y tuve poca satisfacción, porque
pude hallar pocos que estuvieran dispuestos a conversar sobre las cosas divinas y
celestiales. Ay, que son las cosas de este mundo para proporcionar satisfacción al alma!
Cerca de la noche regresé a Stockbridge. En secreto bendije a Dios por mi aislamiento y
por que no siempre estuviera expuesto a la compañía y conversación del mundo. Oh, si
pudiera vivir en el secreto de la presencia de Dios!
31 de diciembre
Cabalgué desde Stockbridge a mi casa en el bosque. El aire era claro y tranquilo, pero
tan frío como nunca, o casi nunca, lo había sentido. Estuve en gran peligro de perecer
debido a lo extremo del clima. Pude meditar mucho por el camino.
Día del Señor, 1 de enero de 1744
De veras Dios ha sido bueno y misericordioso para conmigo, aunque El me ha hecho
pasar por muchas aflicciones. El ha provista para mi en abundancia, de modo que he
sido capacitado en los últimos quince meses, para conceder para unos de caridad unas
cien libras, en moneda de Nueva Inglatrra, según puedo recordar. Bendito sea el Señor,
que me ha usado hasta ahora como su mayordomo para distribuir una porción de sus
bienes! Que siempre recuerde que todo lo que tengo viene de Dios. Bendito sea el
Señor que me ha sacado adelante en todo! Oh, que pueda empezar este año con Dios y
pasarlo todo para su gloria, sea en la vida, sea en la muerte!
14 de enero
Esta mañana gocé de unas solemnes horas de oración; mi alma se sintió ampliada y
ayudada para derramarse, para recibir la gracia de Dios y todas las bendiciones que
deseaba para mi, para mis amigos cristianos y para la Iglesia de Dios; y fui capacitado
para ver a Aquel que es invisible, para que mi alma descansara sobre Él para la
ejecución de todo lo que pedí que fuera agradable a su voluntad. Mi alma confió en
Dios, para mi y para su Iglesia; confío en el poder y la gracia divinos, para que hiciera
cosas gloriosas en su Iglesia en la Tierra, para propia gloria.
4 de febrero
Gocé de cierta liberta y refrigerio espiritual; fui capacitado para orar con algún fervor, y
con intenso deseo por la prosperidad de la iglesia; y mi fe y esperanza parecían echar
mano de Dios para la ejecución de lo que había sido capacitado para implorar. La
santificación en mi mismo y el recogimiento de los elegidos de Dios, esto era mi deseo;
y la esperanza de su realización todo mi gozo.
2 de marzo
Estuve ocupado casi todo el día en escribir sobre un tema divino. Estuve orando con
frecuencia y goce de ayuda hasta cierto punto. Pero por la noche Dios tuvo a bien
concederme una dulzura divina en la oración; especialmente en el deber de la
intercesión. Supongo que nunca sentí tanta bondad y amor por aquellos que tengo
motivos para pensar que son mis enemigos, si bien en aquel momento halle una
disposición que me permitía pensar lo mejor de todos, de modo que apenas podía
creer que una cosa como la enemistad y el odio pudiera albergarse en alma alguna; me
parecía que todo el mundo tenía que ser amigo. Nunca había orado con mayor libertad
y deleite por mi mismo o por mi amigo mas querido, como oré ahora por mis enemigos.
3 de marzo
Por la mañana pase creo- una hora en oración con gran intensidad y libertad con la
emoción mas tierna y dulce para la Humanidad. Deseaba que aquellos que, según tenía
razones para pensar, me tenían mala voluntad, pudieran ser felices eternamente. Me
parecía consolador pensar en verlos en el cielo, a pesar de que me habían ultrajado en
la Tierra. No sentía disposición en insistir en confesión o reconocimiento alguno por su
parte, a fin de hacer una reconciliación y facilitar el ejercicio del amor y la bondad hacia
ellos.
Oh, es un emblema del mismo cielo amar a todo el mundo con un amor de bondad,
perdón y benevolencia; sentir el alma tranquila, suave y mansa; estar exento de todas
las sospechas y suposiciones de mal y apenas ser capaz de pensar mal de hombre
alguno en ninguna circunstancia; hallar el corazón simple, abierto y libre para todos
aquellos que nos miran con ojos distintos!
La oración fue un ejercicio tan dulce para mi, que no sabía como cesar, para no perder
el espíritu de la oración. No sentí disposición a comer o a beber, por amor a ello, sino
solo para sostener mi cuerpo y sentirme adecuado para el servicio divino. No habría
podido estar contento sin una mención muy particular al gran número de queridos
amigos ante el trono de la gracia; como también de las circunstancias particulares de
muchos en cuanto me eran conocidas.
jueves, 27 de octubre de 2016
AUTOBIOGRAFIA-Por MADAME GUYON
pequeña capilla dedicada al niño Jesús. Aquí me trasladaba yo para
la devoción y, por algún tiempo, allá llevaba cada mañana mi
desayuno, escondiéndolo tras la imagen. Tan niña era, que
consideraba que hacía un sacrificio considerable privándome de él.
Delicada en mis preferencias culinarias, deseaba mortificarme; pero
el amor propio estaba aún demasiado presente como para someterme
de verdad a tal mortificación. Cuando estuvieron limpiando esta
capilla, encontraron tras la imagen lo que había dejado allí y pronto
adivinaron que fui yo. Me habían visto ir allá cada día. Creo que Dios,
que no permite que nada pase sin su debida paga, pronto me
recompensó con un interés personal hacia esta pequeña devoción
infantil.
Por un tiempo seguí junto a mi hermana, donde retuve el amor y
temor de Dios. Mi vida era fácil; Estaba siendo educada al son y
compás de ella, y yo estaba a gusto. Mejoraba mucho en los estudios
cuando no estaba enferma, pero muy a menudo lo estaba, y era
atacada por males que eran tan inesperados, como poco corrientes.
Por la tarde, bien; por la mañana, hinchada y llena de marcas
azuladas, síntomas previos a una fiebre que al poco llegaba. A los
nueve años, me dio una hemorragia tan violenta que pensaron que
me iba a morir. Acabé sumamente debilitada.
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Poco antes de este duro ataque, mi otra hermana tuvo celos, y
quiso tenerme bajo su cuidado. A pesar de que llevaba una vida
ordenada, no tenía un don para la educación de los niños. Al
principio cuidó de mí, pero todos sus cuidados no dejaron huella
alguna en mi corazón. Mi otra hermana hacía más con una mirada,
que lo que ella hacía ya con cuidados, o bien con amenazas. Al ver
que no la amaba tanto, cambió a un trato riguroso. No me permitía
hablar con mi otra hermana. Cuando se enteraba que había hablado
con ella, mandaba azotarme, o ella misma me golpeaba. Ya no podía
por más tiempo resistir el maltrato, por lo que devolví con aparente
ingratitud todos los favores de mi hermana por parte de padre, no
yendo más a verla. Pero esto no le impidió darme muestras de su
acostumbrada bondad durante la grave enfermedad recién
mencionada. Interpretó comprensivamente mi ingratitud como mi
temor al castigo, en vez de mal corazón. En verdad creo que este fue
el único caso en el que el temor al castigo obró de forma tan poderosa
en mí. Desde entonces sufría más por afligir a Aquel al que yo amaba,
que soportando el escarmiento de mano de los demás.
Tú sabías, oh mi Amado, que no era el miedo a tus castigos lo
que se hundió tan profundamente, ni en mi entendimiento, ni en mi
corazón; era la tristeza por ofenderte lo que siempre constituía toda
mi angustia, que tan grande era. Me imagino que si no hubiera ni
Cielo ni Infierno, siempre habría guardado el mismo temor a
disgustarte. Tú sabías que tras mis faltas, cuando, en indulgente
misericordia te complacías en visitar mi alma, tus cuidados eran mil
veces más insoportables que tu vara.
Al ponerse mi padre al corriente de todo lo sucedido, me volvió a
llevar a casa. Casi había cumplido diez años. No estuve mucho
tiempo en mi hogar. Una monja del orden de San Dominico, de una
gran familia, y uno de los amigos más íntimos de mi padre, le pidió
autorización para alojarme en su convento. Era la priora y prometió
cuidar de mí y hospedarme en su habitación. Esta dama me había
tomado un gran cariño. Estaba tan solicitada por su comunidad, en
sus muchas situaciones problemáticas, que no tenía libertad para
cuidar mucho de mí. Tuve la varicela, que me mantuvo en cama
durante tres semanas a lo largo de las cuales recibí muy mala
atención, aunque mi padre y mi madre pensaban que estaba bajo
unos excelentes cuidados. Las damas de la casa tenían tal pavor a la
varicela que, imaginándose que era eso lo que tenía, ni se me
acercaban. Pasé casi todo el tiempo sin ver a nadie. Una de las
hermanas, que sólo me procuraba la dieta a unas horas específicas,
se volvía a ir apresuradamente. De forma providencial encontré una
Biblia, y al tener una afición hacia la lectura, así como una presta
memoria, me pasaba los días leyéndola de la mañana a la noche. Me
aprendí totalmente la parte histórica. Pero era verdaderamente muy
infeliz en esta casa. Los otros internos, muchachas mayores, me
afligían con crueles persecuciones. Estuve tan desatendida, también
respecto a la comida, que me quedé bastante escuálida
AUTOBIOGRAFIA MADAME GUYON -Pag 15
Los padres también deberían
evitar mostrar el menor indicio de parcialidad en el trato con sus hijos. Esto engendra sigilosa envidia y rencor entre ellos, que con frecuencia aumentan con el tiempo, e incluso continúan hasta la muerte. En cuantas
ocasiones vemos que algunos niños son los ídolos de la casa, comportándose como tiranos absolutos, tratando a sus hermanos y hermanas como esclavos, siguiendo el ejemplo del padre y de la madre. Y muchas veces sucede que el favorito resulta ser un azote para los
padres, mientras que el pobre despistado y odiado se convierte en su consuelo y apoyo.
Mi madre era muy deficiente en la educación de sus hijos. Me mantenía durante días apartada de su presencia, en compañía de lossirvientes, cuya conversación y ejemplo eran particularmente dañinos
para alguien de mi temperamento. El corazón de mi madre parecía estar centrado por completo en mi hermano. A duras penas era favorecida en alguna ocasión con el menor ejemplo de su ternura y cariño. Por consiguiente, me ausentaba de forma voluntaria de su presencia. Es cierto que mi hermano era más simpático que yo, pero el exceso de su afecto para con él la cegó incluso hacia mis buenas -15 -cualidades exteriores. Sólo valía para destapar mis defectos, que hubieran sido insignificantes si se me hubiera prestado la debidaatención. Mi padre, quien me amaba tiernamente, viendo lo poco que seestaba atendiendo a mi educación, se encargó de enviarme a un convento de las Ursulinas. Tenía casi siete años. En esta casa había dos medias hermanas mías, una por parte de mi padre, y la otra por parte de mi madre. Mi padre me puso bajo los
cuidados de su hija, una persona de altísima capacidad y más excelsa piedad, brillantemente cualificada para la instrucción de la juventud. Fue ésta una singular concesión de la providencia y del amor de Dios hacia mí, y acabaron delimitando las primeras trazas de mi salvación.
Ella me amó con ternura, y su cariño la hizo descubrir en mí muchas cualidades afables que el Señor había implantado. Procuró mejorar estas buenas cualidades, y creo que si hubiera continuado en manos
tan cuidadosas, habría adquirido tantos hábitos virtuosos como malignos contraje posteriormente.
Esta buena hermana empleó su tiempo instruyéndome en la piedad y en aquellas ramas del aprendizaje que eran apropiadas para mi edad y capacidad. Tenía en sus manos buenos talentos, e hizo buen uso de ellos. Era asidua en la oración y su fe
no tenía que envidiar a la de nadie. Se negó a sí misma un placer sí y otro no para estar conmigo e instruirme. Tal era su cariño hacia mí que encontró más placentero estar conmigo que en cualquier otra parte.
Si le daba respuestas razonables, aunque más por casualidad que por juicio, ya se consideraba bien pagada por todo su trabajo.
Bajo su tutela pronto me hice dueña de la mayor parte de los estudios adecuados para mí. Muchas personas mayores en edad y categoría podrían no haber respondido a las preguntas.
Debido a que mi padre mandaba a menudo alguien a buscarme, deseando verme en casa, en una ocasión me
encontré allí con la Reina de Inglaterra. Tenía casi ocho años. Mi padre le dijo al
confesor de la Reina que si deseaba alguna distracción se podía entretener conmigo. Aquel me probó con algunas preguntas muy difíciles, a lo que contesté con respuestas tan pertinentes, que me
llevó ante la Reina y le dijo: “Su majestad seguro que se divierte con esta niña”. Ella también me probó, y se agradó tanto de mis vívidas respuestas, y de mi forma de comportarme, que me solicitó a mi padre en un momento un tanto inoportuno. Le aseguró que tomaría especial cuidado de mí, asignándome como doncella de
honor de la princesa.
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Mi padre se resistió. Sin duda alguna fue Dios quien provocó este rechazo, y por medio de éste desvió el golpe que probablemente habría interceptado mi salvación. Siendo yo tan débil, ¿cómo podría haber resistido las tentaciones y distracciones de una corte?
Regresé con las Ursulinas, al lugar donde mi buena hermana
continuó dándome muestras de su cariño. Pero al no ser ella la encargada de los interinos, y como a menudo se me obligaba a ir con ellos, contraje malos hábitos. Me aficioné a mentir, al enojo, a la falta de devoción, pasando días completos sin pensar en Dios; aunque Él
me vigilaba de continuo, como más adelante se verá. No permanecía mucho tiempo bajo el poder de tales hábitos porque el cuidar de mi hermana me reponía. Me gustaba mucho oír de Dios,
no me apesadumbraba la iglesia, me encantaba orar, tenía ternura hacia el pobre, y una natural antipatía hacia personas cuya doctrina era juzgada insana. Dios ha tenido siempre esta merced para conmigo, aun en mis mayores infidelidades.
miércoles, 26 de octubre de 2016
EL PRINCIPE KABOO Historia Real
El príncipe Kaboo
El capitán pareció no escucharle. Su interés era negociar con los nativos, para luego emprender la navegación otra vez. Sin embargo, al oír (porque había oído) esa extraña afirmación, se fijó en el muchacho, y vio que iba desharrapado y descalzo. ¿Quién era él para hablar así? Además, estaban en Liberia, Africa Occidental, a miles de millas de Estados Unidos.
—¿Quién es tu padre y dónde está? – le preguntó.
—Mi Padre está en el cielo – le contestó el muchacho.
El capitán era un hombre rudo. Así que dejó escapar unas cuantas blasfemias, y luego masculló:
—Mi buque no lleva pasajeros. Debes estar loco – y se fue.
El muchacho no se desanimó. Estuvo haciendo guardia dos días, mientras el capitán iba y venía en sus negocios. Dormía en la arena, y oraba gran parte de la noche.
Al tercer día, cuando pisaron tierra otra vez, el muchacho corrió hacia ellos:
—Mi Padre me ha dicho anoche que esta vez ustedes me llevarán.
El capitán lo miró asombrado. Dos tripulantes le habían abandonado la noche anterior, de manera que le faltaba gente.
Reconoció que el muchacho era de la tribu Kru y supuso que era un marinero con experiencia, como lo eran sus paisanos.
—¿Cuánto quieres ganar? – le preguntó.
—Sólo lléveme hasta Nueva York a ver a Esteban Merritt – respondió el muchacho.
El capitán, entonces, dio la orden y fue embarcado. Corría el año 1889.
¿Quién era el joven y por qué quería ver a Esteban Merritt, de Nueva York?
La respuesta a esta doble pregunta es muy extraña. Su nombre era Kaboo, tenía diecisiete años, y esperaba que Esteban Merrit le enseñara todo lo que sabía sobre el Espíritu Santo.
Kaboo, en realidad, no era liberiano, sino que pertenecía a una tribu descendiente de los Kru que habitaba al oeste de Costa de Marfil. Su padre era jefe de la tribu. En aquellas regiones, a fines del siglo XIX, era costumbre que un jefe derrotado en la guerra debía entregar a su hijo mayor como rehén para asegurar el pago al vencedor. Si éste se retrasaba, el hijo frecuentemente era sometido a torturas. Esta fue la suerte de Kaboo.
A los 15 años de edad, ya había sido tomado como rehén en tres ocasiones. Para la primera vez era sólo un bebito; en la segunda, estuvo varios años sometido a sufrimientos inena-rrables. Para la tercera, Kaboo tenía 15 años. Su padre reunió todos los bienes que pudo en su asolada tribu para satisfacer las demandas del jefe vencedor, pero fueron insuficientes. Así que Kaboo comenzó a ser torturado cruelmente. Las heridas no tenían tiempo de curarse antes del próximo tormento. La piel de su espalda colgaba a jirones. Pronto estuvo tan agotado que ya no podía mantenerse en pie.
Entonces prepararon dos vigas en forma de cruz, adonde lo arrastraban para continuar el castigo.
Sin embargo, de seguir así las cosas, la muerte que le esperaba sería aun más atroz. Cavarían una fosa y lo enterrarían vivo hasta el cuello. Luego, lo untarían con melaza para atraer a las hormigas carnívoras. En pocos minutos quedarían los puros huesos.
Ante esa perspectiva, Kaboo sólo deseaba morir