jueves, 27 de octubre de 2016

AUTOBIOGRAFIA MADAME GUYON -Pag 15

AUTOBIOGRAFIA MADAME GUYON  -Pag 15

Los padres también deberían evitar mostrar el menor indicio de parcialidad en el trato con sus hijos. Esto engendra sigilosa envidia y rencor entre ellos, que con frecuencia aumentan con el tiempo, e incluso continúan hasta la muerte. En cuantas ocasiones vemos que algunos niños son los ídolos de la casa, comportándose como tiranos absolutos, tratando a sus hermanos y hermanas como esclavos, siguiendo el ejemplo del padre y de la madre. Y muchas veces sucede que el favorito resulta ser un azote para los padres, mientras que el pobre despistado y odiado se convierte en su consuelo y apoyo.
Mi madre era muy deficiente en la educación de sus hijos. Me mantenía durante días apartada de su presencia, en compañía de lossirvientes, cuya conversación y ejemplo eran particularmente dañinos
para alguien de mi temperamento. El corazón de mi madre parecía estar centrado por completo en mi hermano. A duras penas era favorecida en alguna ocasión con el menor ejemplo de su ternura y cariño. Por consiguiente, me ausentaba de forma voluntaria de su presencia. Es cierto que mi hermano era más simpático que yo, pero el exceso de su afecto para con él la cegó incluso hacia mis buenas -15 -cualidades exteriores. Sólo valía para destapar mis defectos, que hubieran sido insignificantes si se me hubiera prestado la debidaatención. Mi padre, quien me amaba tiernamente, viendo lo poco que seestaba atendiendo a mi educación, se encargó de enviarme a un convento de las Ursulinas. Tenía casi siete años. En esta casa había dos medias hermanas mías, una por parte de mi padre, y la otra por parte de mi madre. Mi padre me puso bajo los cuidados de su hija, una persona de altísima capacidad y más excelsa piedad, brillantemente cualificada para la instrucción de la juventud. Fue ésta una singular concesión de la providencia y del amor de Dios hacia mí, y acabaron delimitando las primeras trazas de mi salvación.
Ella me amó con ternura, y su cariño la hizo descubrir en mí muchas cualidades afables que el Señor había implantado.
Procuró mejorar estas buenas cualidades, y creo que si hubiera continuado en manos
 tan cuidadosas, habría adquirido tantos hábitos virtuosos como malignos contraje posteriormente.
Esta buena hermana empleó su tiempo instruyéndome en la piedad y en aquellas ramas del aprendizaje que eran apropiadas para mi edad y capacidad. Tenía en sus manos buenos talentos, e hizo buen uso de ellos. Era asidua en la oración y su fe no tenía que envidiar a la de nadie. Se negó a sí misma un placer sí y otro no para estar conmigo e instruirme. Tal era su cariño hacia mí que encontró más placentero estar conmigo que en cualquier otra parte.
Si le daba respuestas razonables, aunque más por casualidad que por juicio, ya se consideraba bien pagada por todo su trabajo.
Bajo su tutela pronto me hice dueña de la mayor parte de los estudios adecuados para mí. Muchas personas mayores en edad y categoría podrían no haber respondido a las preguntas.
Debido a que mi padre mandaba a menudo alguien a buscarme, deseando verme en casa, en una ocasión me encontré allí con la Reina de Inglaterra. Tenía casi ocho años. Mi padre le dijo al confesor de la Reina que si deseaba alguna distracción se podía entretener conmigo. Aquel me probó con algunas preguntas muy difíciles, a lo que contesté con respuestas tan pertinentes, que me llevó ante la Reina y le dijo: “Su majestad seguro que se divierte con esta niña”. Ella también me probó, y se agradó tanto de mis vívidas respuestas, y de mi forma de comportarme, que me solicitó a mi padre en un momento un tanto inoportuno. Le aseguró que tomaría especial cuidado de mí, asignándome como doncella de honor de la princesa.
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Mi padre se resistió. Sin duda alguna fue Dios quien provocó este rechazo, y por medio de éste desvió el golpe que probablemente habría interceptado mi salvación. Siendo yo tan débil, ¿cómo podría haber resistido las tentaciones y distracciones de una corte?
Regresé con las Ursulinas, al lugar donde mi buena hermana
continuó dándome muestras de su cariño
. Pero al no ser ella la encargada de los interinos, y como a menudo se me obligaba a ir con ellos, contraje malos hábitos. Me aficioné a mentir, al enojo, a la falta  de devoción, pasando días completos sin pensar en Dios; aunque Él
me vigilaba de continuo, como más adelante se verá. No permanecía mucho tiempo bajo el poder de tales hábitos porque el cuidar de mi hermana me reponía. Me gustaba mucho oír de Dios, no me apesadumbraba la iglesia, me encantaba orar, tenía ternura hacia el pobre, y una natural antipatía hacia personas cuya doctrina era juzgada insana. Dios ha tenido siempre esta merced para conmigo, aun en mis mayores infidelidades.

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