martes, 17 de enero de 2017

EL JURAMENTO DE DOS HEROES-

 EL JURAMENTO DE DOS HEROES-
JULIAN CASTELLANOS
ESPAAÑA
1889
 
CAPITULO XXVIII 
Donde la hermosa Isabel se encuentra 
con el emir de Granada 
Hallábanse todos consagrados á la dulzura del sue- 
ño, cuando interrumpióse de pronto la tranquilidad, 
resonando en el espacio los ecos broncos de las bo- 
cinas. 
Don Pedro despertóse bruscamente, y estregándo- 
se los ojos con ambas manos, comprendió que había 
llegado el instante de empezar la batida. 
Saltó del lecho con una agilidad impropia de sus 
años, y ciñéndose rápidamente los arreos de caza, sa- 
lió de la estancia. 
Doña Isabel ya le aguardaba. 
Fuera del castillo escuchábanse los relinchos de 
los impacientes corceles y los ladridos de los perros, 
ansiosos de gozar libertad. 
Era la hora del crepúsculo matutino. 
Aun se advertía en el cielo el tímido resplandor de 
algunas estrellas. 
La brisa era fresca y perfumada. 
296 EL JURAMENTO 
En el monte escuchábanse los cantos de las per- 
dices, ó el blando arrullo de las palomas torcaces. 
A una orden de D. Pedro cesaron los ecos de las 
bocinas, y los monteros se colocaron sobre las sillas 
de sus caballos. 
Para empezar el ojeo era preciso que rodearan un 
inmenso jaral, que, según afirmaban los conocedores 
del terreno, había de servir de refugio á una jauría de 
jabalíes. 
El día anterior se habían descubierto las trochas 
grabadas en la humedad de la tierra. 
Desplegáronse, pues, los ojeadores en dos grandes 
alas, mientras Isabel, D. Pedro y D. Beltrán aguar- 
daron los resultados del ojeo con el dardo en la ba- 
llesta y la mirada fija en las espesuras de la jara. 
El más absoluto silencio reinaba en el bosque. 
Sin embargo, mucho antes de que los ojeadores pu- 
dieran llegar al sitio conveniente para dar comienzo 
á la batida, hubo un incidente inesperado. 
Hallábase doña Isabel en una prominencia del te- 
rreno desde la que necesariamente tenía que dominar 
toda la extensión del jaral, cuando oyó un confuso 
rumor. 
Era un conjunto inarmónico de cuernos que atro- 
naban el aire, ladridos de lebreles y voces humanas 
que los estimulaban. 
— ¡Son cazadores! — exclamó la joven con mal hu- 
mor, porque comprendió desde luego que habían 
ahuyentado las reses que allí se concentraban. 
Y no había acabado de pronunciar estas palabras, 
HE DOS HÉROES. 297 
cuando descubrió á un gallardo corzo que, con la 
cabeza erguida y el cuerpo tendido en la carrera, sal- 
vaba las zarzas huyendo de los perros que le aco- 
saban. 
El pobre animal estaba herido é iba marcando 
sangrientas huellas en los arbustos. 
La joven se encaró la ballesta, y después de seguir 
con la vista al corzo, dejó escapar el dardo. 
La puntería había sido certera, y el animal cayó 
sobre sus patas traseras, dando angustiosas sacu- 
didas. 
Precipitáronse los perros sobre él. 
Iba la joven á acercarse radiante de felicidad, cuan- 
do se detuvo. 
A pocos pasos del sitio en que se hallaba acababa 
de descubrir á un extraño personaje. 
Era un hombre que revelaba en su traje y actitudes 
que por su posición se elevaba de la generalidad. Su 
barba blanca era larga y rizada. 
A pesar de que tendría cuarenta años, sus ojos ne- 
gros conservaban el brillo de la primera juventud. 
Tez morena ligeramente pálida, facciones que re- 
velaban la energía. Montaba un magnífico caballo 
negro como la noche. En cuanto á su traje, era 
oriental. 

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