EL JURAMENTO DE DOS HEROES-
JULIAN CASTELLANOS
ESPAAÑA
1889
CAPITULO XXVIII Donde la hermosa Isabel se encuentra con el emir de Granada Hallábanse todos consagrados á la dulzura del sue- ño, cuando interrumpióse de pronto la tranquilidad, resonando en el espacio los ecos broncos de las bo- cinas. Don Pedro despertóse bruscamente, y estregándo- se los ojos con ambas manos, comprendió que había llegado el instante de empezar la batida. Saltó del lecho con una agilidad impropia de sus años, y ciñéndose rápidamente los arreos de caza, sa- lió de la estancia. Doña Isabel ya le aguardaba. Fuera del castillo escuchábanse los relinchos de los impacientes corceles y los ladridos de los perros, ansiosos de gozar libertad. Era la hora del crepúsculo matutino. Aun se advertía en el cielo el tímido resplandor de algunas estrellas. La brisa era fresca y perfumada. 296 EL JURAMENTO En el monte escuchábanse los cantos de las per- dices, ó el blando arrullo de las palomas torcaces. A una orden de D. Pedro cesaron los ecos de las bocinas, y los monteros se colocaron sobre las sillas de sus caballos. Para empezar el ojeo era preciso que rodearan un inmenso jaral, que, según afirmaban los conocedores del terreno, había de servir de refugio á una jauría de jabalíes. El día anterior se habían descubierto las trochas grabadas en la humedad de la tierra. Desplegáronse, pues, los ojeadores en dos grandes alas, mientras Isabel, D. Pedro y D. Beltrán aguar- daron los resultados del ojeo con el dardo en la ba- llesta y la mirada fija en las espesuras de la jara. El más absoluto silencio reinaba en el bosque. Sin embargo, mucho antes de que los ojeadores pu- dieran llegar al sitio conveniente para dar comienzo á la batida, hubo un incidente inesperado. Hallábase doña Isabel en una prominencia del te- rreno desde la que necesariamente tenía que dominar toda la extensión del jaral, cuando oyó un confuso rumor. Era un conjunto inarmónico de cuernos que atro- naban el aire, ladridos de lebreles y voces humanas que los estimulaban. — ¡Son cazadores! — exclamó la joven con mal hu- mor, porque comprendió desde luego que habían ahuyentado las reses que allí se concentraban. Y no había acabado de pronunciar estas palabras, HE DOS HÉROES. 297 cuando descubrió á un gallardo corzo que, con la cabeza erguida y el cuerpo tendido en la carrera, sal- vaba las zarzas huyendo de los perros que le aco- saban. El pobre animal estaba herido é iba marcando sangrientas huellas en los arbustos. La joven se encaró la ballesta, y después de seguir con la vista al corzo, dejó escapar el dardo. La puntería había sido certera, y el animal cayó sobre sus patas traseras, dando angustiosas sacu- didas. Precipitáronse los perros sobre él. Iba la joven á acercarse radiante de felicidad, cuan- do se detuvo. A pocos pasos del sitio en que se hallaba acababa de descubrir á un extraño personaje. Era un hombre que revelaba en su traje y actitudes que por su posición se elevaba de la generalidad. Su barba blanca era larga y rizada. A pesar de que tendría cuarenta años, sus ojos ne- gros conservaban el brillo de la primera juventud. Tez morena ligeramente pálida, facciones que re- velaban la energía. Montaba un magnífico caballo negro como la noche. En cuanto á su traje, era oriental.
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