martes, 17 de enero de 2017

EL JURAMENTO DE DOS HEROES-ESPAÑA

 EL  JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIAN CASTELLANOS
-ESPAÑA
1889
 
Señores y monteros se dirigieron hacia allí. 
Era un pequeño caserío que constituía un arrabal 
de las cercanías de Granada. 
Mucho antes de que llegasen, aglomeráronse á las 
puertas hombres, mujeres y niños, contemplando con 
curiosidad y admiración aquella comitiva. 
Don Pedro de Solís fué el primero que llegó. 
Un venerable anciano de luenga barba acercóse al 
caballero. 
292 EL JURAMENTO 
Vestía el característico alquicel. 
— Tengo noticia — dijo el padre de doña Isabel— de 
vuestra nunca desmentida hospitalidad. Hemos lle- 
gado aquí con intención de cazar un rato, pero la no- 
che tiende sus alas sobre la tierra, y desearíamos que 
nos permitieras descansar en tu casa hasta el ama- 
necer. 
— No necesitabas tantos preámbulos para reclamar 
tan pequeño favor. Lo único que siento es no poder 
ofreceros un alojamiento tan cómodo como desearía. 
— Ya sabes que los cazadores estamos acostumbra- 
dos á todas las molestias que puedan sobrevenir. 
— ^De dónde venís? 
— De la sierra de Córdoba. 
—Veo que sois cristianos. 
— Con efecto; pero debo advertirte que tengo pa- 
rientes en Granada que se han amparado en tu reli- 
gión y á los que tal vez conozcas por gozar de los fa- 
vores de vuestro monarca. 
— Nada tendría de extraño. 
— ¿Has oído nombrar á Abul-Cazín Venegas? 
— ¿Quién no conoce al ilustre Venegas, privado del 
rey? 
— Pues es mi hermano. 
El respetable anciano se inclinó. 
— En ese caso, no puedo consentir que personas 
de tanto valimiento vengan á compartir conmigo mi 
humilde morada. Yo sov un modesto labrador de 
estas comarcas, y no puedo ofreceros el trato que 
merecéis. 
DE DOS HÉROES. 293 
— Hemos empezado por decirte que sólo buscamos 
un paraje donde descansar algunas horas. 
— Y yo mismo os coaduciré á él. Cerca de aquí 
se eleva un suntuoso castillo que pertenece á vuestro 
hermano el ilustre Abui-Cazín; allí encontraréis nu- 
merosa servidumbre, buenas viandas y lecho donde 
reposar. Es el alojamiento que utiliza el rey cuando 
viene de caza por estos sitios. ea 
— ¿Y dices que pertenece á mi hermano? 
— oí. 
— En ese caso ten la bondad de guiarnos hacia allí. 
El anciano entró en su casa, y un instante después 
salió de nuevo de ella con un báculo en la mano. 
— Vamos, pues. »' 
La comitiva se puso en movimiento. 
Todos los moros de aquella pequeña comarca los 
miraban con asombro y respeto. 
El camino que era necesario emprender distaba 
mucho de ser cómodo. 
Era preciso seguir la ladera de una montaña cu- 
bierta de pedernales. 
Sin embargo, la perspectiva de una noche agrada- 
ble, pasada junto al hogar ó en un lecho blando, 
prestaba bríos á los que se hallaban más fatigados. 
Salvada una cúspide, pudieron descubrir perfecta- 
mente las torres del castillo de Abul-Cazín Venegas. 
Pertenecía á ese orden arquitectónico de los árabes 
que no tiene rival. 
La comitiva se detuvo poco después delante de su 
grandioso pórtico. 
294 EL JURAMENTO Dí DOS HÉROES. 
El anciano que les había servido de guía llamó á 
la puerta. 
Presentóse uno de los criados á quien estaba en- 
comendada la custodia del edificio. 
Un instante después la comitiva se disponía á en- 
trar. 
Echaron pie á tierra los monteros. 
Condujeron los caballos y los perros á un magní- 
fico patio. 
Isabel, D. Pedro y Beltrán, penetraron en las sun- 
tuosas galerías que conducían á las habitaciones. 
El segundo quiso recompensar al anciano con al- 
gunas monedas de plata, que no hubo medio de ha- 
cerle aceptar. 
Otra cosa hubiera sido desmentir la generosidad de 
los sentimientos hospitalarios, tan decantados como 
verdaderos, de los creyentes de Mahoma. 
Después de consumir una abundante y sabrosa 
cena, decidieron acostarse hasta el siguiente día. 
Esto había de reparar necesariamente sus fuerzas 
para emprender la campaña venatoria apenas bri- 
llasen los primeros reflejos de la aurora. 
Sólo hubo una persona que sintió que se aceptase 
esta resolución. 
Este era D. Beltrán de Meneses. 
Decidido como se hallaba á descubrir sus amoro- 
sos pensamientos á la gentil doña Isabel, hubiera 
querido hacerlo aquella misma noche. 
. Pocos momentos después reinaba en el interior 
del castillo el silencio del sueño. 




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