Hispanoamericano soy-Huehuetenango, Guatemala-América del Centro- Genealogías- Blog sin percibir lucro, por amor a los libros- Saludos a todos- Cristo es mi Salvador, mi mayor tesoro y lo admiro por su obra en la naturaleza, cascadas, aves volando..." A quién tengo en los cielos, sino a Cristo"- La historia de la Reforma en España, donde gente de la más alta nobleza murió por Cristo y las historias de la Condesa Giulia Gonzaga( Italia) y Doña Leonor de Cisneros me fascinan . Hispan 3
viernes, 24 de febrero de 2017
AQUELLOS SABADOS INOLVIDABLES EN LA ANTIGUA GUATEMALA 2005-
jueves, 23 de febrero de 2017
EL OTRO CRISTO ESPAÑOL-004
EL OTRO CRISTO ESPAÑOL
Ningún principio racional, de interés propio, ha logrado jamás superar ese innato individualismo de la naturaleza española. Sólo una gran pasión ha logrado tal cosa; pasión por el Estado o pasión por la Iglesia. Pero en ambos casos la manifestación de esta pasión altruista ha exhibido una cualidad peculiarmente española en que reaparece el viejo individualismo. Hablando del patriotismo de los españoles, Madariaga hace la siguiente observación: "El español, pues, siente el patriotismo como el amor, en forma de pasión que absorbe el objeto (la patria, la amada), y lo asimila, es decir, lo hace suyo. No pertenece a su país: es su país el que le pertenece". La pasión de los españoles por la Iglesia ofrece la misma característica. La Iqlesia fué absorbida y sus destinos se convirtieron en los de la nación española. El honor exigía la conformidad con sus ritos y dogmas y la propagación de éstos por el mundo entero. Pero ni aun a la Iglesia se le permitió conservar su identidad personal en las profundidades del alma es- pañola ni el cristianismo logró jamás modificar la actitud española fundamental hacia la vida. En materia de hecho, España se adueñó de la Iglesia mucho más que ésta de España. Y la consecuencia histórica de este hecho, como habrá de verse más tarde, fué la descristianización del cristianismo en el mundo español. Sin embargo, es en los místicos españoles donde se ejemplifican con más perfección los rasgos distintivos del individualismo español. En ellos descubrimos, como en ningunos otros representantes de la raza, el alma de Es- paña. El misticismo español no es, como el neoplatónico y el alemán, un misticismo de molde intelectual y meta- físico, sino un brote espontáneo y original, de índole natu- ralista, cuvo origen se halla en una pasión ética por la li- bertad interior. Tan estrecho es el ambiente, así social como religioso, del alma mística, v tan infinita su as- ' España, M. Aguilar, Madrid, 1934, pág. 25. piración, que se crea en su interior una elevadísima tensión en la cual se vacía a sí mismo de todo deseo, pensamiento y sentimiento. Pasando por una "noche oscura" asciende a la cumbre del Carmelo espiritual, y sus sublimes alturas contempla, o mejor dicho, posee a Dios. La pasión del místico español, tal como se manifiesta, por ejemplo, en San Juan de la Cruz, el más clásico de sus tipos, no es perderse en Dios sino apropiarse a Dios, poseerlo en el sentido más pleno y absoluto. Su individualidad es tan vigorosa que quisiera absorber aun a la misma Deidad. Como bien podría suponerse, este tipo tan único de misti- cismo no formó escuela. Los místicos españoles son gran- des almas individuales v solitarias, cada una de las cuales siente que "lleva dentro un rey", al cual ha obligado a descender a su corazón. Aquesta divina unión del amor que yo vivo, hace a Dios ser mi cautivo y libre mi corazón. Tal cantó Santa Teresa en una de sus poesías más famosas. Y añade: mas causa en mí tal pasión ver a mi Dios prisionero que muero porque no muero. Para Dios y para ella, la muerte sería la afirmación de la suprema libertad. El individualismo primitivo de la raza ibérica ha cons- tituido un factor determinante en la historia y vida de Sudamérica. Con el correr del tiempo, la arrogancia espa- ñola se transformó en "arrogancia criolla", forma extrema de egotismo ■ egolatría podríamos llamarle'— que el emi- nente sociólogo argentino Carlos Octavio Bunge considera como uno de los tres rasgos principales de la psicología sudamericana^ Son sugestivas en extremo dos de las pequeñas ilustraciones que Bunge ofrece de esta cualidad. Una está tomada de la heráldica, la otra de la literatura * V. Nuestra América. sudamericana. La divisa de la República de Chile es: "Por la razón o por la fuerza". Cuando el poeta José Her nández, autor de Martín Fierro, la epopeya clásica de las pampas, hubo terminado su poema, hizo pedazos su gui- tarra para que dedos ajenos no pudieran pulsar sus cuerdas continuar la narración de las hazañas de su gaucho.^ ste pasaje es un eco evidente de cosa semejante hecha por Cervantes. Al terminar la vida de Don Quijote, Cide Hamete Benenqeli cuelqa la pluma en la espetera, donde habrá de permanecer por siglos y siglos, pues sólo él ha nacido para escribir la vida del gran manchego. Sin embargo, esta arrogancia se ha manifestado en formas mucho más serias en la vida sudamericana, apa- reciendo como un irrefrenable deseo de obtener poder sobre los demás. Un escritor mexicano, refiriéndose a la pasión por conquistar puestos administrativos al servicio del gobierno, acuñó la pintoresca desiqnación de "cani- balismo burocrático". Esto ha reducido al mínimo la capa- cidad de admiración y enqendrado un espíritu aplanador de envidia. A nuestra América '—dice el escritor argentino Manuel ligarte— le ha faltado la sagrada facultad de poder admirar. En vez de nivelar en las crestas ha querido nivelar en los valles, abatiendo- toda superioridad indivi- dual. En un artículo intitulado "La Crueldad Sudameri- cana,io el brillante escritor y político peruano, Haya de la Torre, llama la atención a una sombría consecuencia del mismo modo de ser. Hace notar que en el momento en que un hombre alcanza prominencia en cualquiera esfera, es " En este punto el cantor buscó un porrón pa consuelo, echó un trago como un cielo, dando fin a su argumento; y de golpe el instrumento, lo hizo astillas contra el suelo. "Ruempo", dijo, "la guitarra, pa no volverme a tentar, ninguno la ha de tocar, por siguro tenganló; pues naides ha de cantar cuando este gaucho cantó." " En El Universal Gráfico, México, D. F., abril 6, 1931. asaltado cruelmente por celosos rivales con el prurito de aniquilarlo. Más tarde, cuando la muerte lo ha hecho inofensivo, todo el mundo se suma a su apoteosis.Fué un sociólogo alemán,añade Haya, muy familiarizado con Sudamérica v a quien conoció en Berlín, quien le llamó la atención, de modo muy enfático, a la verdad de ese hecho. "Ustedes (los sudamericanos) '—le decía este cien- tífico^ no respetan nada en los demás; sólo los muertos se salvan en la América Latina." Seqún este principio, explicaba él el exagerado culto a los muertos en el conti- nente del sur, la belleza de los cementerios, la falta de capacidad crítica para estimar la obra de un hombre fallecido. "Mientras viven, la crueldad los destroza, y cuando mueren, la superstición los respeta."
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Similitud
Y sucedió que tan pronto como Moisés se acercó al campamento, vio el becerro y las danzas; y se encendió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las hizo pedazos al pie del monte. Y tomando el becerro que habían hecho, lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los hijos de Israel la bebieran. Exódo 32,19
jueves, 16 de febrero de 2017
TRAGEDIA EN LA SELVA- El Perro Fiel
¿Quién es el autor?
Años hace que los aficionados a, animales refieren este cuento de los montes de la región septentrional de los Estados Unidos; pero, aunque abundan quienes aseguren haberlo leído, nunca he tropezado con nadie que pudiera decirme dónde ni cuándo se publicó. ¿Estará mejor informado alguno de los lectores de esta Revísta.
Tragedia en la selva
Por Rex Beach
Autor de «Flowing Gold », «Alaskan
Adventures »,
«Personal Exposure », y otras obras
1942
PEDRO DOBLEY era un joven trampero que vivía en los yermos de tierras remotas, sin más compañía que Príncipe, su enorme perro de tiro, más lobo que can, de largo y tupido pelo gris. Todos los otoños salía del monte con su silencioso pero fiel servidor a proveerse de lo que los dos necesitaban para el invierno, y luego volvían a desaparecer. En la primavera, regresaba con las pieles que había juntado durante la estación de caza.
Príncipe era compañero inseparable de su amo, en cuyas penalidades y peligros nunca dejaba de participar. En tanto que Pedro, a quien mucho quería, estuviese a su lado, poco le importaba que durmiesen a la intemperie, sin más luz que la de las estrellas ni más techo que el firmamento, o, la choza acogedora que les servía de albergue. Sus ojos amarillos miraban a su señor y amigo con un afecto reverente que poco distaba de la adoración. Este sentimiento tierno parecía arder de continuo suavemente en el corazón de Príncipe como una lámpara en un altar, y sólo cuando el peligro amenazaba a su dios, reaparecía el lobo feroz en el apacible perro. Entonces erizaba el pelo, mostraba los colmillos y le brillaban siniestramente los ojos.
Hay perros en cuyo pecho no cabe más que un afecto; perros que no pueden querer sino a una persona; mas el corazón de Príncipe era tan amplio y generoso como su cuerpo era grande y fornido. Así, cuando Pedro se casó con Margarita, el noble animal la quiso a ella tanto como a él. La primavera siguiente, cuando llegó Pedrito y había tres personas que cuidar en vez de dos, Príncipe no sólo aceptó con gusto su trabajo y sus nuevas responsabilidades, sino que se mostró jubiloso con la aparición del nene, a quien al punto cobró gran cariño, quizá por ver en él un objeto especial de su solicitud.
Pero los dioses Inclemntes de los montes del Norte se pusieron celosos. Margarita, lejos de recobrar su salud y sus fuerzas, las fué perdiendo, y las primeras nieves del otoño cayeron sobre una sepultura recién abierta bajo los pinos solitarios, al lado de la cual velaban en silencio, un hombre acongojado y un perro gigantesco cabizbajo.
Pedro se dió sus trazas de hacer comprender a Príncipe (aunque es probable que Príncipe Ya lo supiera) que en adelante éste no podría servir de centinela en las trampas ni participar en las emociones de la caza; pues era necesario que cuidase del nene mientras el amo iba a buscar alimento para todos. Desde entonces cuando Pudro salía, Príncipe se asomaba a la ventana hasta verlo desaparerr , luego, lanzando un profundo suspiro , se echaba al lado de Pedrito. Si el chiquillo despertaba o se desasosegaba, siempre encontraba una piel suave y tibia en que hundir las manezuelas o apoyar la cabecita, y sentía las caricias que su fiel guardián le hacía lamiéndolo afectuosamen te.
Un día sobrevino una fuerte ventisca cuando Pedro estaba lejos de la choza. En unos pocos minutos, la nieve cubrió el suelo con un manto que ocultó toda la vereda y aun los árboles que pudieran servir de señales. Brújula en mano, Pedro partió para la choza. Avanzaba lentamente, pues la marcha se hacía difícil sobre manera, y además, incierta; y al fin lo cogió la noche. Con alguna intraquilidad, pensó en Pedrito; mas estaba seguro de Príncipe lo cuidaría bien y no dejaría que pasara frío.
El huracán cesó al amanecer, y poco después Pedro salió tambaleando del monte al claro donde estaba la choza. Al oírlo llegar, Príncipe saltaba siempre a la ventana lleno de, júbilo a dar la bienvenida a su señor y amigo. Pero esta vez Pedro ni vió al perro en la ventana ni oyó ruido alguno. Con el corazón helado, se lanzó a saltos por la nieve, dando gritos roncos, como para llamar o interrogar al perro. Al lin llegó a la choza, empujó violentamente la puerta, que con sorpresa encontró a medio abrir, y entró con
precipitación, fuera de sí, enloquecido.
La camita del nene estaba desocupada. Las frazadas estaban teñidas de sangre y el suelo cubierto de manchas rojas. Mientras Pedro contemplaba la escena horrorizado, Príncipe salió arrastrándose de debajo de la cama. Tenía el hocico ensangrentado, y el pelo del pescuezo salpicado de rojo. No miró a Pedro ni trató de acercársele, sino que permaneció tendido en el suelo, cabizbajo y con ojos vagarosos que parecían rehuir los del amo.
Con la rapidez del relámpago, Pedro formó en su imaginación un cuadro cabal de lo que había ocurrido. «Este bruto fué lobo,» se dijo a sí mismo, «v aún lo es. El hambre despertó en él los instintos feroces de sus progenitores.» Y lanzando un alarido de ira alzó en alto el hacha que llevaba en la mano, y con toda su fuerza la descargó sobre la ancha cabeza del perro.
De repente oyó un lloriqueo que parecía salir de detrás del cadáver de Príncipe. Poniéndose en cuclillas, estiró el brazo tembloroso y sacó al nene de debajo de la cama. Pedrito tenía la ropa rasgada y cubierta de sangre, pero estaba perfectamente ileso. Desconcertado y casi loco, Pedro escudriñó con los ojos el resto del aposento, en que antes no se había fijado, y vió en un rincón oscuro un lobo muerto con el pescuezo desgarrado y un jirón sangriento de la piel de Príncipe entre los dientes.
Cuando Adán transgredió la ley de Dios, todos los animales aborrecieron al hombre por su pecado, el perro fue el único que se quedo a su lado, dispuesto a dar hasta la vida por su amo.