EL JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIA CASTELLANOS
ESPAÑA
1889
Como la fatalidad se goza en impacientarnos, du- rante el viaje hallaron una pequeña hueste de los gómeles de Málaga que habían conseguido escaparse de Gibralfaro y la Alcazaba, los cuales cayeron im- petuosamente sobre los cristianos. Púsose Colón á la vanguardia, y batióse contra aquellos bravos montañeses, que se hallaban encole- rizados por haber perdido su querida Málaga. Afortunadamente oyéronse las detonaciones en el campamento real, y Hernán Pérez del Pulgar salió con unos doscientos jinetes á poner coto á sus atro- pellos. 72 EL JURAMENTO Este valeroso caudillo aprisionó á unos é hizo pa- sar á cuchillo á los mas rebeldes. Pulgar no quiso separarse del genovés, aunque su proyecto le inspiraba poca confianza, como ya hemos dicho en otra ocasión, y le acompañó hasta la fron- tera. Una vez que le dejó en terreno seguro, volvióse á la ciudad, donde todos, y muy en particular Gonzalo de Córdoba, le aguardaban con impaciencia, creyen- do que había sido víctima del enemigo. Mientras Cristóbal Colón se dirigía á Córdoba, el activo marqués de Cádiz pensó en la conquista de algún pueblo de la costa que favoreciese sus comuni- caciones con África, y con este objeto se encaminó hacia Almuñécar, cuando tuvo noticias de que Salo- breña se hallaba escasa de municiones y de víveres. Como el objeto era economizar tiempo y sangre no dudó en admitir este segundo propósito, que no parecía ofrecerle grandes dificultades. Sin embargo, mucho antes de que llegaran á este punto, supo Boabdil los propósitos del Marqués, y no conviniéndole perder aquel puerto, decidióse por consejo de Aixa á abandonar la ciudad y dirigirse al castillo, que ofrecía grandes medios de resistencia. Don Beltrán de Meneses quedóse entretanto al mando de la guarnicición granadina. Cuando las tropas cristianas llegaron á Almuñé- car, encontráronse con que las huestes muslímicas le disputaban el paso. El marqués de Cádiz comprendió entonces que no había de serle tan fácil apoderarse de la fortaleza como le habían dicho, y se dispuso á emplear todos sus ardides de guerra. Las huestes del rey, del conde de Tendilla y de Gonzalo de Córdoba, seguían en Málaga. Sólo el marqués de Cádiz y Hernán Pérez encon- trábanse con sus gentes enfrente de Salobreña. — Si no fuese por el respeto que vuestra pericia militar me infunde — dijo el amigo de Gonzalo de Córdoba — me atrevería á haceros una proposición. — Hablad, Pérez; yo siempre oigo con agrado las opiniones de mis buenos capitanes. — La situación que ocupamos no puede ser peor. Vamos á perder mucha gente, sin adelantar un solo paso. ¿Queréis que tomando un barco observemos desde su cubierta una ocasión propicia para arrojarnos so-- bre el castillo? — Me parece difícil, si no imposible, vuestro pro- yecto. — Lo difícil es lo que debe vencerse, que lo fácil queda para las almas vulgares. Tanto fué el empeño de Pulgar, que el Marqués se vio obligado á dejarle poner en práctica sus atre- vidos propósitos. Hernán eligió, pues, entre las tropas, un puñado de hombres decididos, y estrechando la mano del de Cádiz, embarcóse en una carabela que caló el ancla á una buena distancia de la costa. CAPITULO IX. UNA NOTICIA QUE ALEGRA Y ENTRISTECE EL ALMA DE COLO
Colón llegaba tres días después á la ciudad de Córdoba. Estaba jadeante de fatiga, pues no había querido detenerse un instante. Su impaciencia por saber lo que doña Beatriz de- seaba, era grande. Apenas llegó, dirigióse á la hostería donde acos- tumbraba á hospedarse. Allí dejó su cabalgadura. Inmediatamente encaminóse á la casa de doña Beatriz. Esta, como si presintiese su llegada, hallábase á la reja. Apenas descubrió al genovés, en su rostro dibujóse la alegría. Entre unos y otros sucesos habían transcurrido cinco meses desde la última vez que permanecieron juntos. Colón subió rápidamente la escalera. 76 EL JURAMENTO Doña Beatriz le estrechó en sus brazos. El marino, al ver estas demostraciones de amor y alegría, dirigió hacia todas partes una recelosa mi- rada.
— No temas, amor mío — exclamó la joven — afor- tunadamente mi padre no está en casa, ha salido de ella hace un momento, y podemos hablar con ente- ra libertad. Entonces el genovés estrechó á doña Beatriz con- tra su pecho. — Ven, entra en mi estancia, tenemos mucho que hablar. — Mucho, mi adorada Beatriz. — Paréceme que ha transcurrido un siglo desde que no te veo. — Lo propio me sucede á mí. — Habla, Colón, refiéreme tus glorias conquista- das en el ejército de nuestros augustos monarcas. Dime en qué actitud se encuentran contigo. Si has ultimado tus negociaciones. En una palabra, refiéreme cuanto te haya sucedi- do, que por ser tuyo ha de inspirarme interés. — Antes deseo que me digas cuáles han sido los móviles que te han impulsado á llamarme á Córdoba. Las mejillas de doña Beatriz cubriéronse de un vivo sonrosado. — Luego te lo diré, cuéntame primero cuanto te haya sucedido. Yo he pRocurado seguir desde aquí los episodios de tus proezas; ¡pero son tan incompletos^ DE DOS HÉROES. 77 ¡Se adulteran tanto las noticias con la distancia!
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