miércoles, 8 de febrero de 2017

EL JURAMENTO-76

 EL JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIA CASTELLANOS
ESPAÑA
1889 
Como la fatalidad se goza en impacientarnos, du- 
rante el viaje hallaron una pequeña hueste de los 
gómeles de Málaga que habían conseguido escaparse 
de Gibralfaro y la Alcazaba, los cuales cayeron im- 
petuosamente sobre los cristianos. 
Púsose Colón á la vanguardia, y batióse contra 
aquellos bravos montañeses, que se hallaban encole- 
rizados por haber perdido su querida Málaga. 
Afortunadamente oyéronse las detonaciones en el 
campamento real, y Hernán Pérez del Pulgar salió 
con unos doscientos jinetes á poner coto á sus atro- 
pellos. 
72 EL JURAMENTO 
Este valeroso caudillo aprisionó á unos é hizo pa- 
sar á cuchillo á los mas rebeldes. 
Pulgar no quiso separarse del genovés, aunque su 
proyecto le inspiraba poca confianza, como ya hemos 
dicho en otra ocasión, y le acompañó hasta la fron- 
tera. 
Una vez que le dejó en terreno seguro, volvióse á 
la ciudad, donde todos, y muy en particular Gonzalo 
de Córdoba, le aguardaban con impaciencia, creyen- 
do que había sido víctima del enemigo. 
Mientras Cristóbal Colón se dirigía á Córdoba, el 
activo marqués de Cádiz pensó en la conquista de 
algún pueblo de la costa que favoreciese sus comuni- 
caciones con África, y con este objeto se encaminó 
hacia Almuñécar, cuando tuvo noticias de que Salo- 
breña se hallaba escasa de municiones y de víveres. 
Como el objeto era economizar tiempo y sangre 
no dudó en admitir este segundo propósito, que no 
parecía ofrecerle grandes dificultades. 
Sin embargo, mucho antes de que llegaran á este 
punto, supo Boabdil los propósitos del Marqués, y 
no conviniéndole perder aquel puerto, decidióse por 
consejo de Aixa á abandonar la ciudad y dirigirse al 
castillo, que ofrecía grandes medios de resistencia. 
Don Beltrán de Meneses quedóse entretanto al 
mando de la guarnicición granadina. 
Cuando las tropas cristianas llegaron á Almuñé- 
car, encontráronse con que las huestes muslímicas 
le disputaban el paso. 
El marqués de Cádiz comprendió entonces que no 
había de serle tan fácil apoderarse de la fortaleza 
como le habían dicho, y se dispuso á emplear todos 
sus ardides de guerra. 
Las huestes del rey, del conde de Tendilla y de 
Gonzalo de Córdoba, seguían en Málaga. 
Sólo el marqués de Cádiz y Hernán Pérez encon- 
trábanse con sus gentes enfrente de Salobreña. 
— Si no fuese por el respeto que vuestra pericia 
militar me infunde — dijo el amigo de Gonzalo de 
Córdoba — me atrevería á haceros una proposición. 
— Hablad, Pérez; yo siempre oigo con agrado las 
opiniones de mis buenos capitanes. 
— La situación que ocupamos no puede ser peor. 
Vamos á perder mucha gente, sin adelantar un 
solo paso. 
¿Queréis que tomando un barco observemos desde 
su cubierta una ocasión propicia para arrojarnos so-- 
bre el castillo? 
— Me parece difícil, si no imposible, vuestro pro- 
yecto. 
— Lo difícil es lo que debe vencerse, que lo fácil 
queda para las almas vulgares. 
Tanto fué el empeño de Pulgar, que el Marqués 
se vio obligado á dejarle poner en práctica sus atre- 
vidos propósitos. 
Hernán eligió, pues, entre las tropas, un puñado de 
hombres decididos, y estrechando la mano del de 
Cádiz, embarcóse en una carabela que caló el ancla á 
una buena distancia de la costa. 
CAPITULO IX. 
UNA NOTICIA QUE ALEGRA Y ENTRISTECE EL ALMA DE COLO
 Colón llegaba tres días después á la ciudad de 
Córdoba. 
Estaba jadeante de fatiga, pues no había querido 
detenerse un instante. 
Su impaciencia por saber lo que doña Beatriz de- 
seaba, era grande. 
Apenas llegó, dirigióse á la hostería donde acos- 
tumbraba á hospedarse. 
Allí dejó su cabalgadura. 
Inmediatamente encaminóse á la casa de doña 
Beatriz. 
Esta, como si presintiese su llegada, hallábase á la 
reja. 
Apenas descubrió al genovés, en su rostro dibujóse 
la alegría. 
Entre unos y otros sucesos habían transcurrido 
cinco meses desde la última vez que permanecieron 
juntos. 
Colón subió rápidamente la escalera. 
76 EL JURAMENTO 
Doña Beatriz le estrechó en sus brazos. 
El marino, al ver estas demostraciones de amor y 
alegría, dirigió hacia todas partes una recelosa mi- 
rada.  
— No temas, amor mío — exclamó la joven — afor- 
tunadamente mi padre no está en casa, ha salido de 
ella hace un momento, y podemos hablar con ente- 
ra libertad. 
Entonces el genovés estrechó á doña Beatriz con- 
tra su pecho. 
— Ven, entra en mi estancia, tenemos mucho que 
hablar. 
— Mucho, mi adorada Beatriz. 
— Paréceme que ha transcurrido un siglo desde 
que no te veo. 
— Lo propio me sucede á mí. 
— Habla, Colón, refiéreme tus glorias conquista- 
das en el ejército de nuestros augustos monarcas. 
Dime en qué actitud se encuentran contigo. 
Si has ultimado tus negociaciones. 
En una palabra, refiéreme cuanto te haya sucedi- 
do, que por ser tuyo ha de inspirarme interés. 
— Antes deseo que me digas cuáles han sido los 
móviles que te han impulsado á llamarme á Córdoba. 
Las mejillas de doña Beatriz cubriéronse de un 
vivo sonrosado. 
— Luego te lo diré, cuéntame primero cuanto te 
haya sucedido. 
Yo he pRocurado seguir desde aquí los episodios 
de tus proezas; ¡pero son tan incompletos^ 
DE DOS HÉROES. 
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¡Se adulteran tanto las noticias con la distancia! 

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