EL JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIAN CASTELLANOSESPAÑA
1889
CAPITULO VIII. NUEVAS DILACIONES Favorable era, con efecto, la ocasión; pues los re- yes de Castilla, después de una victoria como la que acababan de obtener conquistando la plaza malague- ña, debían hallarse en la mejor actitud. Así es, que recibieron al cardenal Mendoza y á Cristóbal Colón, su protegido, con la mayor alegría. Los monarcas ya conocían el informe del consejo de sabios de Salamanca, informe que, según dijimos á nuestros lectores, era muy variado en sus con- ceptos. Unos aseguraban que las teorías del genovés eran fundadas, y que por lo tanto el Nuevo Mundo sería la base de la riqueza de España, otros tratábanle de visionario, diciendo, no obstante que, supuesto que el proyecto no reclamaba grandes sacrificios, no veían inconveniente en que se emprendiese. La reina, que había conferenciado aquella misma tarde con el cardenal y su favorita doña Beatriz de Hobadilla, hallábase dispuesta á acceder á las preten- siones del marino. — Y bien, Colón— le preguntó; — ¿cuáles son tus de- seos para que llevemos á cabo esa empresa? — Señora — respondió el marino; — ya comprende- rá V. M. que ha sido la aspiración de toda mi vida, que la he consagrado á los serios estudios que recla- maba, y que para realizarla he de atravesar por una dilatada cadena de peligros y adversidades. — Es cierto. — No extrañe por lo tanto V. M. que mis propo- siciones tiendan á asegurarme un porvenir. — Habla, pues. — Necesito en primer lugar, según os dije, tres ca- rabelas y víveres necesarios para mi tripulación. Con objeto sin embargo de disminuir los gastos que esto ocasione, y para demostraros la confianza que la empresa me inspira, no tengo inconveniente en costear la octava parte de ellos. Colón al decir esto confiaba en la promesa de fray Pedro Ribera. — Perfectamente; y si consigues tus propósitos y descubres ese nuevo mundo, ¿qué solicitas? — En ese caso mis exigencias ya son mayores. Necesito en primer lugar, que me concedáis el em- pleo de almirante en todas las tierras que descubra, lo propio que ha conseguido en su distrito el gran almirante de Castilla. Este cargo será hereditario para mis sucesores. Deseo además ser virrey y gobernador de las dichas DB DOS HÉROES. G9 posesiones, pudiendo nombrar tres candidatos para cada provincia, uno de los cuales será elegido por V. M. Adelantando una octava parte de los gastos que reclama el negocio, tendré derecho á reservarme una décima de todas las piedras preciosas, oro, plata y y objetos de valor que se encuentren. Mi lugarteniente y yo seremos los únicos jueces que entiendan en las causas que puedan ocurrir en el tráfico de España y aquellos países. Estas son las bases de mi contrato. Parecióle al monarca que Colón se excedía en sus pretensiones, y trató dé influir en su ánimo para que las suavizase, sobre todo en la parte que concernía á los cargos honoríficos que reclamaba. Pero Colón estuvo inflexible. Comprenda V. M.— dijo al rey — la importancia del asunto que le propongo; voy á haceros dueño de un mundo que ocupa la mitad de la tierra, y me pa- rece justo que después de V. M. debo considerarme la primer persona de aquellos vastísimos países. Doña Isabel dirigió á su esposo una mirada supli- cante; pero D. Fernando, creyendo que el genovés accedería á emprender el viaje en condiciones menos ventajosas, le respondió que bajo aquellas bases no podía prestarle su ayuda. Despidióse el marino de los reyes, saliendo de la tienda lleno de despecho. El cardenal Mendoza y su amigo D. Diego Enri- quez trataron de consolarle, pero Colón les hizo sa-
ber que había resuelto ausentarse para siempre de España. Esta resolución coincidió con una carta que llegó á manos del genovés, en que el rey de Francia le ha- cía proposiciones para la realización de su empresa. Lo único que le sujetaba en España era doña Bea- triz, de quien tenía noticias con mucha frecuencia. Cuatro meses transcurieron sin verla, y el genovés decidió dirigirse á Córdoba antes de salir para siem- pre de España. Montó de nuevo en su muía, y despidiéndose de sus amigos emprendió el camino. Entretanto, Mendoza y Gonzalo, en unión de al- gunos otros entusiastas del proyecto, dijeron á los reyes que era una locura dejarle partir, y de tal modo inflamaron sus ánimos, que doña Isabel dio órdenes para que llamasen de nuevo al marino. Alcanzaron á éste á algunas leguas de Málaga, y auque se negaba á dar crédito á las nuevas promesas de los soberanos, accedió por último á regresar al campamento. Dijéronle los reyes que permaneciese allí, y que tan pronto como terminara la guerra le prometían entrar de nuevo en negociaciones respecto á su asunto. No satisfacían mucho á Colón estas dilaciones pero las aceptó, aunque no fuese más que por no sa- lir de España. Algunos días después] llegó á manos del marino una carta. DE DOS HÉROES. 71 Era de doña Beatriz. La abrió con mano trémula por la emoción, y leyó con sorpresa que la joven expresábale la necesidad de verle con urgencia. Colón deseaba esto mismo. Pidió por lo tanto el regio permiso para ausentarse de Málaga, haciendo antes la firme promesa de vol- ver cuando supiese que habían conseguido la rendi- ción de Granada, ó antes si ellos le creían necesario. Este permiso le fué otorgado. El genovés salió seguido de una pequeña hueste hasta la frontera. Hallábase intranquilo. — Qué razones podrían impulsar á la joven á llamarle con tanta urgencia distrayéndole de sus asuntos? ¿Estaría enferma? Colón hacía mil interpretaciones distintas.
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