lunes, 30 de abril de 2018

MARIA. CAP. XI


MARÍA
JORGE ISAACS FERRER
XI. 
 HICE esfuerzos para mostrarme jovial durante el res- 
to del dia. En la comida hablé con entusiasmo de 
las mujeres hermosas de Bogotá, y ponderé intencio- 
nalmente las gracias y el ingenio de p***. Mi padre se 
complacía oyéndome; Eloisa habría querido que la so- 
bremesa durase hasta la noche. María estuvo callada; 
pero me pareció que sus mejillas palidecían algunas 
veces y que su primitivo color no habia vuelto á ellas, 
así como el de las rosas que durante la noche han enga- 
lanado un festín. 
Hácia la última parte de la conversación , María 
habia fingido jugar con la cabellera de Juan, herma- 
no mío, de tres años de edad y á quien ella mimaba. 
Soportó hasta el fin; mas tan luego como se puso en 
pié, se dirigió ella con el niño al jardín. 
Todo el resto de la tarde y en la prima noche fué 
necesario ayudar á mí padre en sus trabajos de escri- 
torio. 
A las ocho, y luego que las mujeres habían ya reza- 
do sus oraciones de costumbre, nos llamaron al come- 
dor. Al sentarnos á la mesa, quedé sorprendido viendo 
una de las azucenas en la cabeza de María. Había en 
su rostro bellísimo tal aire de noble, inocente y dulce 
resignación, que como magnetizado por algo descono- 
cido hasta entonces para mí en ella, no me era posible 
dejar de mirarla. 
Niña cariñosa y risueña, mujer tan pura y seductora 
como aquellas con quienes yo había soñado, así la co- 
nocía; pero resignada ante mi desden, era nueva para 
mí. Divinizada por la resignación, me sentia indigno 
de fijar una mirada sobre su frente. 
Respondí mal á unas preguntas que se me hicieron 
sobre José y su familia. A mi padre no se le podia ocul- 
tar mi turbación; y dirigiéndose á María, la dijo sonriendo. 
— Hermosa azucena tienes en los cabellos: yo no he 
visto de esas en el jardin. 
María tratando de disimular su desconcierto, respon- 
dió con voz casi imperceptible : 
— Es que de estas azucenas solo hay en la montaña. 
Sorprendí en aquel momento una sonrisa bondadosa 
en los lábios de Emma. 
— ¿Y quién las ha enviado? preguntó mi padre. 
El desconcierto de María era notable. Yo la miraba; 
y ella debió de hallar algo nuevo y animador en mis 
ojos, pues respondió con acento mas firme : 
— Efrain botó unas al huerto; y nos pareció que siendo 
tan raras, era lástima que se perdiesen: esta es una de ellas.  María, la dije yo, si hubiese sabido que eran tan 
estimables esas flores, las habria guardado para vosotras; 
pero me han parecido menos bellas que las que se po- 
nen diariamente en el florero de mi mesa. 
Comprendió ella la causa de mi resentimiento, y me 
lo dijo tan claramente una mirada suya, que temí que 
se oyeran las palpitaciones de mi corazón. 
Aquella noche á la hora de retirarse la familia del sa- 
lón, María estaba casualmente sentada cerca de mí. 
Después de haber vacilado mucho, la dije al fin con voz 
que denunciaba mi emoción: «María, eran para tí: pero 
no encontré las tuyas.» 
Ella balbucía alguna disculpa cuando tropezando en 
el sofá mi mano con la suya, se la retuve por un mo- 
vimiento ajeno de mi voluntad. Dejó de hablar. Sus ojos 
me miraron asombrados y huyeron de los mios. Pasóse 
por la frente con angustia la mano que tenia libre, y 
apoyó en ella la cabeza, hundiendo el brazo desnudo 
en el almoadon inmediato. Haciendo al fin un esfuerzo 
para deshacer ese doble lazo de la materia y del alma 
que en tal momento nos unia, púsose en pié; y como 
concluyendo una reflexión empezada, me dijo tan quedo 
que apénas pude oirla: «entonces yo recogeré todos los 
dias las flores mas lindas;» y desapareció. 
Las almas como las de María ignoran el lenguaje 
mundano del amor ; pero se doblegan estremeciéndose 
á la primera caricia de aquel á quien aman, como la 
adormidera de los bosques bajo el ala de los vientos. 
Acababa de confesar mi amor á María ; ella me habia 
animado á confesárselo, humillándose como una esclava 
á recoger aquellas flores. Me repetí con deleite sus úl- 
mas palabras; su voz susurraba aun en mi oido : «en- 
tonces, yo recogeré todos los dias las flores mas lindas.» 




domingo, 29 de abril de 2018

LA APUESTA DEL CEMENTERIO

La Apuesta del Cementerio
(Condensado de «The Saturday Review of Literature»)
Por Leonard Q. Ross
 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST MARZO 1942
-tendría yo de nueve a diez años cuando leí este cuento, que no he podido olvidar desde entonces, tan profundamente quedó grabado en mi memoria, por la impresión de espanto que me produjo. Lo he referido, después, muchas veces a multitud e personas, sin  que ninguna acertara a decirme quién es el autor del relato ni cuál el origen del mismo. 
IVÁN era un hombrecillo sumamente miedoso; tan miedoso que los vecinos del pueblo en que vivía lo llamaban «gallina», o, extremando la burla, «Iván el Terrible». Todas las noches pasaba un rato en la taberna vecina al cementerio, el cual no atravesaba nunca para ir a su casa, aunque le hubiera ahorrado unos cuantos minutos de camino hacerlo así, pues vivía precisamente al otro lado. Pero la mansión de los muertos le infundía un gran respeto. No se hubiera aventurado a cruzarla, ni aun en las noches en que la bañaba una luna tan clara como el día.
Una de invierno, en que aullaba el viento, los parroquianos de la taberna empezaron a molestar al hombrecillo como de costumbre. «Cuando la madre de Iván estaba encinta de él la asustó un canario», decían unos. «Iván el Terrible ...sí, el terriblemente miedoso», apuntaban otros.
Las débiles protestas del que era víctima de estas pullas sirvieron sólo para envalentonar a los burlones, que acogieron con ruidosas manifestaciones de entusiasmo la apuesta de un joven teniente de cosacos.
—Eres un gallina, Iván—dijo éste—. A pesar del frío que está haciendo, serás capaz de helarte dando un largo rodeo por tal de no cruzar el cementerio para ir a tu casa.
— ¿Y qué?—respondió Iván ya amostazado—. Cruzar el cementerio no tiene nada de particular, después de todo. ¿No es un sitio como otro cualquiera?
—Sí, ¿eh?—repuso el teniente—. Pues mira, te daré cinco rublos si cruzas esta noche el cementerio; óvelo bien, cinco rublos en oro.
Sería tal vez el vodka; puede que fuera la codicia de los cinco' rublos en oro, el caso fue que Iván, en medio del asombro general, dijo pasándose la lengua por los labios, húmedos aún de licor:
—¡Trato hecho, teniente: cruzaré el cementerio!
El teniente puso fin al murmullo de incredulidad que acogió estas palabras. —Toma, Iván—dijo desenvainando el sable y entregándoselo—. Cuando llegues al medio del cementerio, lo clavarás en tierra, frente a la tumba grande que hay allí. Esa será la prueba de que, en realidad, te has atrevido a hacer lo que dices. Si lo encontramos allá mañana por la mañana, te daré los cinco rublos.
Iván tomó el sable, entre las risotadas de la concurrencia. En seguida, todos hebieron a la salud de Iván el Terrible, y rieron de nuevo estrepitosamente.
Lúgubres, fantásticos eran los aullidos del viento cuando Iván salió de la taberna. El frío cortaba como un cuchillo.
La noche tenía algo de espectral. Iván, sin embargo, se abotonó el cuello del largo y amplio capote, y dirigió sus pasos hacia el cementerio. Percibía aún la chacota de los bebedores. Y por encima de ella, la voz del teniente que gritaba: «¡Cinco rublos... cinco rublos en oro para Iván, si sale con vida!»
En llegando al cementerio, empujó la pesada cancela y entró con pie resuelto. Después de todo... ¿acaso no era un sitio como otro cualquiera? Pero la noche estaba como boca de lobo ... el viento aullaba de un modo siniestro... «Son cinco rublos, ¡cinco rublos en oro!», decíase Iván para infundirse ánimo, al sentir que su mano helada se negaba casi a sostener el sable; que las ráfagas glaciales del viento lo hacían tiritar de pies a cabeza, no obstante su espeso y largo capote. Al , fin, tal vez por miedo, tal vez sólo por entrar en calor, apresuró el paso, avanzó luego a un renqueante trotecillo.
Ahí estaba la tumba grande frente a la cual debía clavar el sable. Arrodillóse, transido de frío. Hundió el acero, hasta la empuñadura, en la tierra cubierta de dura capa de hielo. Vaya era cosa hecha... había estado en el cementerio... había ganado la apuesta ... eran suyos los cinco rublos en oro! Trató de levantarse, pero no pudo. Lo tenían sujeto ... era inútil que forcejeara. Empezó entonces a apoderarse de él un miedo creciente, absurdo, horrible. Quiso gritar, y la voz, ahogándosele en la garganta, se convertía en lamento inarticulado; trató de huir, pero le era imposible moverse.
A la siguiente mañana lo encontraron tendido frente a la tumba ... ¡había muerto de frío, de miedo! Uno de los faldones del grueso capote, sujeto por el sable del teniente de cosacos, explicaba por qué no pudo moverse de allí el hombrecillo en cuyas facciones contraídas se retrataba aún el terror.

5-RECUERDOS DEL COLEGIO GUATEMALA, C.A. 1901

LICENCIADO  Y POETA DE HUEHUETENANGO

FEDERICO HERRERA

RECUERDOS DEL COLEGIO

GUATEMALA, C.A.

1901



  MIS AMORES

Al Señor Licenciado

Don Domingo Morales

___________________

MIS AMORES

MONÓLOGO.

Una sala—El actor aparece sentado frente á una mesa
con un álbum  y varios libros.



es es curioso en verdad

Tener que escribir un verso

En este album, es adverso

Y ageno de novedad.

¿Pues qué diré á Trinidad,

La dueña del album, qué?

No á mi pesar le diré

Que es su gracia irresistible,

 Cuando yo sé que es horrible

 Por que deveras lo sé.



¿Deberé decir que es bella Como Venus?

¿Que es hermosa Como un pétalo de rosa

Con resplandores de estrella?

¿0 deberé decir que ella

Modelo de virtud es?

¿0 que llena de interés

La beldad de la  chiquilla? ¡

Si ella es una zapatilla

 Que está vuelta del revés

No hay manía peor

Que obligará que se diga

Que es un ángel cada amiga,

Y en poético tenor.

Es un grandísimo error

Pedir esto, Trinidad;

Es una contrariedad

Diciendo todo lo adverso,

Pues si algo se dijo en verso

 Falta saber si es verdad.



El álbum  duerma y en tanto

Talvez encuentre aquí escrito

Algún retazo bonito

Que al álbum  le venga al canto

Algo como desencanto

Y que vea Trinidad

Que le digo la verdad,

Diciéndole hermosa miento,

 Pues copiémosle algún cuento

 Con alguna novedad.



Aquí anécdotas están

De unos grandes personajes;

Aquí se encuentran pasajes,

¿Y éstos? Recortes serán.

¿Y estas páginas que van

 Llenas de duda y temores,

Estas ya marchitas flores

 Que despiertan mi interés?

Pues esto, señores, es

La historia de mis amores.

¡Cuál acuden á mi mente

De otra edad recuerdos gratos,

En que goces insensatos

Mi vida hicieron sonriente!

Teniendo este libro en frente

Siento perfume de flores

Que combinan sus olores

Con melancólica calma,

Para ir á acordarle á mi alma

 Tristes recuerdos de amores.



¿Pues qué fuí cuando yo loco,

Como feliz mariposa,

Volé de hermosa en hermosa

Libando en cada una un poco?

Estas páginas que toco

Con mano trémula é incierta

Es mi historia que, está abierta

Y me dice autorizada:

No vuelve la edad pasada

Que en el alma quedó muerta.



Recuérdanme estos renglones

Cuando solo, acelerado,

Del bullicio retirado

Volé buscando impresiones.

Cuando buscaba ocasiones

Mi alma loca, enamorada,

De ver la prenda adorada

Que en mi pecho formó nido,

 Para pedirle al descuido

Por piedad una mirada.



Y en los bailes empinado

En la punta de los pies

La buscaba yo á través

Del salón remolinado.

En el templo arrodillado,

Sin santiguarme quizá

La buscaba aquí y allá

Hasta dar con la mirada,

En la dama arrodillada

Que más adelante está.



Una vez, recuerdo el hecho,

Que la madre allí me vió

Me arrodillo, me santiguo yo

Y luego, me golpée el pecho.

Después, muy á mi despecho

De ]a corte celestial,

A los santos por igual

Les dije á todos benditos,

Mas luego fueron proscritos

En un olvido eternal.



Entonces fuí vegetal,
Medio espíritu y elástico,

Medio crustáceo y muy plástico,

Impermeable y.... animal.

Mi papel no lo hice mal

En circunstancias felices:

En la esquina eché raíces

Permaneciendo incesante,

A no darme algún tunante

Con el cuerpo en las narices.



Allí en la esquina apostado

Nada ví, nada sentía,

Pasaba allí todo el día,

Me halló la noche parado.

Permanecía extasiado Mirando

 siempre al balcón

Y formaba mi ilusión

Si ella asomaba sonriente,

Y en una mirada ardiente

Me mandaba el corazón.



Y ni los rayos, ni el trueno

Me retiraban de allí-,

Si las lluvias sobre mí

Caían, pues santo y bueno.

La sombra me dió en su seno

 Siempre seguro escondrijo.

Más de un hombre me maldijo;

Para algunos fuí irrisión,

O les causé compasión

En la esquina siempre fijo.

Alguien me pisaba solo,

Pero otro además me empuja

Volviendo yo como aguja

Que siempre ha buscado el polo.

 Cuando no pasaba un bolo

 Que con suma rapidez

Me hacía girar talvez

Como rueda de molino;

Pero yo con mucho tino

Volví á mi punto otra vez.



Fuí celoso y de certero
Todos los hombres: rivales

Y pasaba horas cabales

Juzgando en un agujero.

Pasé por un embustero,

Por cualquier cosa lloré,

Por un embuste rabié

Y de todo lo ofrecido

Nada por fin ví cumplido

 Y hasta yo ignoro por qué.



La numeración se estima

Y en amores la estimé:

 La primera dama que amé

Pues fué, señores, mi prima,

Con la confianza dí cima

Al deseo acariciado

Y cuando esto hube olvidado

La otra mujer que yo amé,

Fué una segunda, pues fué

A Segunda Maldonado.

Por orden fué mi carrera

Siempre, siempre afortunado

Y á la tercera fué dado

Que amara á Juana Tercero.

Siguió mi instinto certero

 Y á la cuarta (como cuarta

Es un nombre que se aparta

De ser propio y muy feo

Pues quise á cuatro: á Inés,

A Elsa, Delfino y Marta.



¿Y á la quinta? Ese fué apuro

Una quinta! me decía

Querer á cinco sería

Más difícil de seguro.

Pero al fin el trance duro

Muy favorable fué á poco

Porque otra ilusión invoco:

De amar alguna con quinta

Tan rica como lo pinta

El pensamiento más loco.



Realizado que esto fue

Tocó su turno á la sexta.

Cosa difícil fué esta

Porque tampoco encontré.

Y fué así como pensé

Tomar los nombres ahora.

Pronto mi alma se colora

De resplandor y alegría

Pues ví rayar otro día

Con otra ilusión: Aurora.



Aurora que no contuvo

Los matutinos destellos;

Que no tuvo rayos bellos

Ni aves que cantaran tuvo.

Mi pecho de amor se abstuvo

Pero pronto se prendó

De Luz que nunca alumbró

Y aunque siempre Luz se nombra,

En vez de luz hace sombra

Y Luz nunca lus virtió.



Después mi pecho repara

En Clara, que claramente

Al hablarle tiernamente

La respuesta estaba clara.

Quiso la suerte que amara

Después á Paz  que fué guerra;

A Canuta que se aferra

Sin ser hueca en ser canuta,

Y á una Fausta que se enluta

Más que ninguna en la tierra.



A Socorro que no quiso

Socorrerme en caso alguno

Y siempre tuvo oportuno

“Un urgente compromiso.”

A Próspera que al paraíso

Por no prosperar faltó;

A una Casta que pecó;

A Fe que dudar le gusta,

Y á una justa que fué injusta

 Cuando á pasear me mandó.



A una Modesta orgullosa;

A una Aleja que se acerca;  

A una Prudencia muy terca

Y á Pura que fué otra cosa.

A una Engracia torpe y sosa

A quien nunca gracia vi;

Una Concha pretendí

No marina ciertamente,

Y fué la más imprudente

Una Prudencia, ¡ay de mí!



A una Máxima muy chica;

A una Perpetua inconstante; 

 A una Inocencia ignorante

 Pero que todo lo explica.

A una Milagros muy rica

Pero Milagrosa no era;

A Nieves que fué una hoguera

Y á Remedios que murió

Porque á su mal no encontró

Los remedios su enfermera.



A Tecla que no sonó

 Y al fin le tocó morir,

Porque la muerte al venir

Esa tecla le tocó.......................................................

Una Refugio amé yo

 En quien refugio no había

Para mi alma que quería

Recompensa á su lealtad,

 Después amé á Soledad

Que no estuvo sola un día.



A una Amable que tenía
Tan sólo el nombre de amable

Y que no hay con quien no entable

Una riña cada día.

A una Marina quería

Que no conocía el mar,

Y nunca pude pasar

Con una Tránsito al cielo,

Que esa ruta por mi duelo

No quiso ella transitar.



Si los nombres van reñidos

Con la acepción verdadera,

Tengo por regla certera

Que sus goces son mentidos.

Serán sus besos fingidos

¿Sus promesas qué serán?

Si siempre mintiendo van

En buena lógica infiero

Que cuando dicen: «te quiero»

 ¡Cuánto, cuánto mentirán!



De la mujer dudé yo

Cuyo nombre fué otra cosa,

Hasta que vino una Rosa

Que de dudas me sacó.

Le hablé de amor y me amó,

O al menos así decía

¡Pues cuánto no mentiría

Si apedillándose Rosa,

Ni tuvo corola hermosa

Y que ni espinas tenía!



Moralmente si fué un sér

Muy comparable á la rosa,

Pues tuvo una edad hermosa

Como cualquiera mujer.

Pero dió tanto en querer

Que á todos decía

Y al fin su corola ví

Perder sus gracias divinas,

Mas conservó las espinas

 Para quien? — Pues para mí.



Que espine otro á quien fascine

Esa rosa sin aroma

Y si algún desliz se toma

Estará bien que se espine,

A mí que Dios me ilumine,

Que ilumine mi razón

Ya que tengo el corazón

Propenso á olvidar el dolo,

Que cuando él no lo hace solo

Lo hace por otra ilusión.



En otra empresa amatoria

 Mi pecho luego se inflama

Y enamoré á una dama

Que se llamaba Victoria.

Fracasé y así la historia

Está clara, á mi entender:

Quise victoria obtener

Y aunque Victoria hallé al paso

Es lo cierto que este caso

La derrota me hizo ver.



Después de eso hube de amar A Romana

 que ni en broma Me dijo que era de Roma

Ni sirvió para pesar.

Luego cortejé á Pilar

Que no sostenía masa;

A Plácida que no pasa

Jamás un día contenta,

Y á Rosario que no cuenta

 Ni las cuentas de su casa.



Después mi amor se prendó

De una llamada Dolores

Y les confieso, señores,

Que este nombre no mintió.

Con su amor me ocasionó

Un mundo de sinsabores

Y entre sus dones mejores

Esta Dolores tenía,

El de que jamás sentía

Ella misma sus dolores.



El recuerdo encantador

De mi vida que ha pasado

Tienen mi pecho cansado

De tanto amar sin amor.

Pues ese amar es error,

Es codicia que en tropel

Miente aborreciendo cruel

¿Amará la mariposa

A esta y á aquella rosa

Que va dejando sin miel     



Fué dichoso mi pasado;

Cuanta mujer pretendí

Todas me dijeron que sí

Pero mal interpretado.

Ese amor, amor forzado

Fallido fué y con razón:

No buscó mi corazón

Nunca hermosura en el alma,

Buscó esa que luego calma,

La  del rostro que es ficción.



¡Quién sabe si cambio el cielo

Como la suerte del hombre

Y ame a Consuelo y me asombre

Que no me brinde consuelo.

O que al fin para mi duelo

Se cambie en mal la bonanza

Y aparezca en lontananza

Una Esperanza bonita

Y el cielo entonces permita

Que ame yo sin esperanza



O que al fin enamorado

Mi pecho se torne luego

Sintiendo en el alma el fuego

 De un amor apasionado.

Y que mi pecho alterado

Como jamás lo sentí,

Adore con frenesí

Alguna Piedad hermosa

Que no tenga bondadosa

Entonces piedad de mi.

O que la suerte me asombre

Y por dama predilecta

Me repare una Perfecta

Que ha reñido con su nombre.

Q que al fin sea yo-el hombre

Más humilde y desgraciado

Y queriendo el cielo airado,

Hacer que por siempre pene

Con una Cruz me condene



A morir crucificado. . . .

Pero no que mi alma pura

Virginal conserva el broche

A las novias esta noche

Yo les dí vida y figura.

Si alguien por mi mal murmura

Quizá le falte razón

Porque ignora que ilusión

Tiene agitado  mi  pecho,

Ni quien su altar tenga ya hecho

Dentro de mi corazón.





-Lamentablemente le faltan unas hojas al libro original de este gran  poeta huehueteco.-

Huehuetenango, Febrero de 2017.