EL TESORO DE LOS INCAS
EMILIO SALGARI
ITALIA
Durante una hora larga, el Huascar pudo avanzar, aunque chocando continuamente contra aquel bosque de puntas; pero después la galería se estrechó de tal moldo, que las paredes rozaban sus costados. Una viva inquietud se apoderó de Sir John y de los tres cazadores, que temían haber de retroceder o abandonar el bote.
—Preparaos a manejar los picos —dijo Sir John—. Es preciso avanzar a toda costa, aunque hayamos de abrirnos paso con barrenos.
Pocos minutos después, chocaba el Huascar contra un bosque de estalagmitas que surgían del fondo del canal. Eran doscientas o trescientas, y gruesas algunas de ellas como el brazo de un hombre.
El ingeniero cogió una lámpara y examinó aquella inextricable red de
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agudas puntas. No tardó en advertir que aquellos obstáculos no ofrecían mucha resistencia.
—Pasaremos —dijo—. Bastará para abrirnos paso el espolón del Huascar.
Da contra máquina, Morgan.
El bote, a pesar de la extraordinaria rapidez de la corriente, retrocedió con velocidad de seis millas por hora, para coger impulso. Habría recorrido ya unos doscientos metros, cuando sobrevino un fuerte choque, y la marcha de retroceso se paralizó de pronto.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Sir John.
—Que hemos tropezado contra un escollo —dijo O’Connor, inclinándose sobre el remate de popa.
—Y la hélice ya no funciona —añadió Morgan.
En efecto, el bote ya no retrocedía, sino que era arrastrado por la corriente, señal evidente de que la hélice ya no giraba.
—Morgan, mira a ver si se han roto las palas —dijo Sir John.
El maquinista metió el brazo en el agua en dirección de la hélice.
—El caso es grave —dijo—. Se han torcido dos palas, y la otra ha desaparecido.
—¿Cómo seguiremos adelante? —preguntó Burthon.
—Tenemos una hélice de recambio —dijo Sir John—. Pero en este túnel, sin un palmo de tierra donde desembarcar, no será posible ponerla en su sitio. Abramos paso con los picos.
Apagada la máquina, que no hacía sino llenar el túnel de humo, fue empujado el bote contra la barrera de estalagmitas. O’Connor y Burthon, armados de picos, atacaron vigorosamente el obstáculo, que fue destruido fácilmente.
El Huascar, empujado por la corriente, que crecía en violencia, penetró en un segundo túnel, todavía más angosto y tortuosísimo. Sir John y sus compañeros viéronse obligados a quitar todo lo que sobrepasaba los
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bordes del barco, y a arrodillarse ellos mismos para no romperse la cabeza contra la bóveda, que estaba además cubierta de una espesa capa de estalactitas, sutiles como agujas y muy resistentes.
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