María
— No lo piense; menos tibante había de ser. Porque le han dicho que es hijo de caballero, nadie le da al tobillo ya en lo fachendoso, y se figura que no hay más que él... ¡Caramba! como si yo fuera alguna negra bozal ó alguna manumisa como él. Ahora está metido donde las provincianas, y todo por hacerme patear, porque mucho que lo conozco : bien que me alegraría de que ñor José lo echara á la porra.— Es necesario que no seas injusta. ¿ Oué tiene de particular que esté jornaleando en casa de José? Eso quiere decir que aprovecha el tiempo ; peor sería que pasara los días tunando.
— Mire que yo sé quién es Tiburcio. Menos enamorado había de ser...
— Pero porque le parezcas bonita tú, en lo cual
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maldita la gracia que hace, ¿han de parecerle también bonitas cuantas ve ? —Por eso.
Yo me reí de la respuesta, y ella torciendo los
ojos, dijo :
— ¡ Velay ! ¿Y eso qué cosquillas le hace '? — Pero ¿no ves que estás haciendo lo mismo con
Tiburcio, exactamente lo mismo que lo que hace contigo?
— ¡ Válgame Dios ! ¿ Yo qué hago?
— Pues estar celosa,
— i Eso sí que no ¡
-¿No?
— ¿Y si él lo ha querido? Á mí nadie me quita de la cabeza que si ñor José lo consintiera, ese veleidoso se casaría con Lucía, y á no ser porque Tránsito es ajena ya, hasta con ambas, si lo dejaran.
— Pues sábete que Lucía quiere desde que estaba chiquita á un hermano de Braulio que pronto vendrá ; y no te quepa duda, porque Tránsito me lo ha contado.
Salomé se quedó pensativa. Llegábamos ya al fin del cacaotal, y sentándose en un tronco, me dijo meciendo con los pies colgantes una mata de buenastardes :
— Conque diga, ¿qué le parece bueno hacer?
— ¿Me das permiso para referirle á Tiburcio lo que nemos conversado?
— No, no. Por lo que usté más quiera, no lo vaya á hacer.
— Si solamente te pregunto si lo consientes.
— ¿Todito?
— Las quejas sin ios agravios.
— Si es que cada vez que me acuerdo de lo que se figura él de mí, no sé ni lo que digo... Vea : se me pone que es mejor no contarle, porque si ya no me
quiere, después andará diciendo que me cansé de llorar por él, y que lo quise contentar.
— Entonces, convéncete, Salomé, de que no hay modo de remediar tus penas.
— ¡ Ah trabajo! exclamó poniéndose á llorar.
— Vamos, no seas cobarde. le dije apartándole las manos de la cara : lágrimas de tus ojos valen mucho para que las derrames á chorros.
— Si Tiburcio creyera eso, no me pasaría yo las noches llorando hasta que me quedo dormida, de verlo tan ingrato y ver que por él mi taita me ha cogido tema.
— ¿Qué quieres apostar conmigo á que mañana en la tarde viene Tiburcio á verte y á contentarte?
— i Ay ! le confieso que no tendría con qué pagarle, me respondió estrechándome la mano en las suyas, y acercándola á su mejilla. ¿Me lo promete?
— Muy desgraciado y tonto debo de ser si no lo consigo.
— Vea que le cojo la palabra. Pero por vida suya no vaya á contarle á Tiburcio que hemos estado así tan solitos y... Porque vuelve á dar en lo del otro día, y eso sí era echarlo todo á perder. Ahora, aña MARÍA.
317 dio empezando á subir el cerco, voltéese para allá y no me vea saltar, ó saltemos juntos.
— Escrupulosa andas; antes no lo eras tanto.
— Si es que todos los días le cojo más vergüenza.
Súbase pues.
Mas como sucedió que Salomé, para caer al otro lado, encontró dificultades que no encontré yo, quedóse
sentada encima de la cerca diciéndome : — Miren al niño ; diga agoo. Pues ahora no he de bajar si no se voltea.
— Déjame que te ayude; ve que se hace tarde y mi comadre...
— ¿Acaso ella es como aquél?... Y asina ¿cómo quiere que me baje ? ¿ No ve que si me enredo... ?
— Déjate de monadas y apóyate aquí, le dije presentándole mi hombro.
— Haga fuerza, pues, porque yo peso como... una pluma, concluyó saltando ágilmente. Me voy á poner creidísima, porque conozco muchas blancas que ya quisieran saltar así talanqueras.
— Eres una boquirubia.
— ¿Eso es lo mismo que piquicaliente? Porque entonces voy á entromparme con usté.
— ¿Vas á qué?
— Adios ... ¿Y no entiende? pues que voy á enojarme.
¿ Qué hiciera yo para saber cómo es usté cuando se pone bien bravo? Es antojo que tengo.
— ¿Y si después no podías contentarme?
— ¡ Ayayay ! No habré visto yo que se le vuelve el corazón un yuyo si me ve llorando.
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