Esta, es tu casa
Mary"
Por Pearl BucK
Condensado de
"TRIS WEEK MAGAZINE"
1966
A
todosos nos trae cada año recuerdos y alegrías. A mí me trajo el año pasado una
particular alegría. Esta es su historia: la del comienzo de una nueva vida; la
historia de la joven novia de negros cabellos que ciñe en las sienes una corona
de flores. La joven no se llama Mary, pero le va bien este nombre.
¿Será posible que hayan pasado 14 años desde que la vi por primera vez? Sí, sí
lo es, porque ella tenía entonces ocho de edad. Me enteré de que existía por la
carta que recibí entre las del correo de la mañana. Se refería a una niña de
la que todos parecían haberse olvidado. Estaba en un' asilo que
cuidaba temporalmente de niños cuyos padres no se hallaban en condiciones de
velar por ellos. Mientras a otras criaturas las habían dejado allí y las fueron
a buscar despuésde cierto tiempo, nadie habla ido por Mary. Acabó
traspapelándose su filiación. Nadie sabía con seguridad quién era aquella niña
que por su aspecto tenía algo de oriental.
Como nunca hablaba, se dio por cierto que era mentalmente atrasada. En la carta
preguntaban si podríamos recibir a Mary en la Welcome House, agencia que yo
había ayudado a fundar .y en la cual se da asilo a niños huérfanos hasta que
encuentren quién los adopte.
La carta era como tantas otras, salvo por la circunstancia de que la niña
no hablaba y era retrasada mental.. La contesté diciendo que sentía mucho que,
dado el carácter dé nuestra agencia, no disponíamos de medios para ayudar a
Mary, pero que, si yo personalmente hallaba lugar para ella en alguna
institución de niños retardados, la tendría muy en cuenta. Echémi carta al
correo y, traté de olvidarme de la niña a quien todos habían olvidado.
Desperté en mitad de la noche, y al instante supe
por qué. Estaba haciéndome esta pregunta: ¿Cómo sé con certeza que Mary es retrasada mental? Nunca había visto yo a esa niña. El personal del
asilo, aunque animado de los mejores sentimientos, tendría muchas cosas a que
atender; acaso no hubo allí quien dispusiese de tiempo para averiguar qué era
en realidad lo que le pasaba a Mary. ¡Yo debía
hacerlo! Salté de la cama y me puse a
escribir una carta. Deseaba conocer a Mary personalmente. ¿Podrían,
los del asilo dejarla a mi cuidado durante unos meses ?
Días después llamaba a mi puerta una bondadosa señora ya entrada en años a la cual acompañaba una niña endeble que traía muy
agarrado un bolso de mano rojo. Era un
bolso de pacotilla, pero acabado de estrenar.
—Esta es tu casa, Mary - dije a
la niña invitándola a entrar.
Mary permaneció de pie, aguardando pacientemente mientras la señora le quitaba
el sombrero y el abrigo. Continuó luego en la misma actitud, con los ojós bajos
y siempre con el bolso de mano muy agarrado.
La señora la llevó cariñosamente hasta una silla para que tomase asiento.
—Así es siempre —dijo la mujer—. Se queda inmóvil y no habla.
—¿Qué más puede decirme acerca de la niña? —pregunté.
—Solamente que no hace nada, a menos que alguien la obligue.
Mary, inmóvil en el asiento y con los ojos bajos, parecía no darse cuenta de
nada.
La señora se levantó para despedirse.
—Si llega a serle molesta, avíseme en seguida —me dijo.
—No-lo será —repuse.
Ese fue el comienzo. ¿Qué decir de las semanas siguientes ? Le hablábamos a
Mary como si ella pudiese respondernos. Afortunadamente
había en el pajar unos gatitos de pocas semanas, y Mary empezo a jugar con ellos y a sonreír.
La dejé en completa libertad para que anduviese por toda la casa. Aprendió a
usar el columpio que colgaba, desde una rama del nogal negro. Adondequiera que iba llevaba siempre muy agarrado su
inseparable bolso de mano. Fue un buen síntoma que al fin lo
dejase un día en el piso alto. A este primer indicio alentador siguieron otros.
Salía a corretear por el prado; les perdió el
miedo a las. vacas; no huía a esconderse cuando llegaban visitas,
segura como estaba ya de que no venían por ella para llevársela.
Al cabo de un mes empezó a hablar.
Lo hacía para pedir algo que le gustase: una naranja, una muñeca, un vestido
bonito. A los dos meses hablaba de corrido.
Decidimos mandarla a la escuela. La maestra, que era una persona comprensiva,
convino en que, por lo pronto dejarla que Mary fuese acostumbrándose a estar
con los otros niños, sin verse obligada a estudiar. De este modo aprendió a
jugar con ellos antes de aprender a leer. A los seis meses, como no abrigábamos
ya duda alguna acerca de ella, la llevé a un sicólogo para que le hiciera un
reconocimiento completo.
—La niña está bien —me dijo el sicólogo—. Es
perfectamente normal. Sufrió un trastorno emocional; se siente perdida,
digámoslo así, pero ha empezado a encontrarse a sí misma, y esa labor es de ella sola. Después ya
podrán descubrirla los demás.
Tardamos algún tiempo en decidirnos a buscar quienes la adoptasen, ya que, por
nuestra avanzada edad, no podíamos adoptarla nosotros. Cuidé, sin embargo, de
que Mary quedase cerca de mí, en una población vecina.
—Tendrás padres jóvenes —dije a Mary—. Nosotros
seremos tus abuelos.
Le pareció bien cuando conoció a su familia adoptiva: un matrimonio joven y sus
dos niños.
En la última mañana que pasaba a mi lado se mostró bastante dueña de sí misma,
a pesar de que en sus negras pestañas temblaban las lágrimas contenidas. Fingí
no verlas.
—Te invitamos a nadar mañana con
nosotros —le dije.
Sonrió al oír esto, porque hacía unos días que había aprendido a nadar.
¿Qué diré de los años siguientes a aquel día? Nos alegrábamos al notar que Mary
iba necesitando cada vez menos de nosotros. Esto demostraba que la niña había
encontrado un hogar. De cuando en cuando venían sus padres adoptivos a
consultarnos algo. Mary corría en seguida al pajar a
ver si había más gatitos. No dejaba de presentarse alguna dificultad,
según me decían los padres. La niña era normal, pero tendría que aplicarse
mucho para no quedar atrasada en los estudios. ¿ Iría más adelante a la
universidad? Pues ... tal vez si.
Mary ganaba en edad y en hermosura. El negro cabello rizoso era marco de un
rostro agraciado en el que los ojos, antes tan inexpresivos, brillaban llenos
de animación y vida. Unía a esto un talle airoso y una simpatía comunicativa.
Creo que fue en la época en que cursaba la segunda enseñanza cuando Jonathan,
otro estudiante, empezó a poner los ojos en ella. Era un muchacho gallardo,
inteligente, inclinado a las matemáticas y a la ciencia. Tanto los padres de
Mary como yo misma nos sentimos preocupados.
—No hay que dejar que Mary llegue a enamorarse —les insté . Es todavía una
niña, y él es tan joven ... Evitemos todo lo que pueda herirla. Además ¿ verían
ese noviazgo con buenos ojos los padres del joven?-Nada podríamos decirles
acerca de Mary y de su familia, salvo lo poco que en la actualidad sabemos de
la niña.
Los padres procedieron muy sensatamente. Cuidaron que el chico no viese con
demasiada frecuencia a Mary. Afortunadamente disponía ella de poco tiempo
libre. Estaba muy ocupada aprendiendo a coser y a guisar. En las vacaciones la
llevaron a veranear lejos de allí; a otros jóvenes. conoció a
otros jovenes . Cuando termino la segunda enseñanza, la mandaron a cursar la
preparatoria de estudios superiores en un establecimiento de otra ciudad.
Nuestras preocupaciones resultaron infundadas. Después de cada ausencia durante
el año de estudios, Mary y Jonathan volvían a verse. Al terminar él la carrera
con las más altas calificaciones, ganó varias becas para cursar estudios de
posgraduado. Mary consiguió un empleo que desempeñó a entera satisfacción
durante dos años. Finalmente, ambos jóvenes creyeron llegado el momento de
resolver por sí mismos lo que más les convenía. Recuerdo la vez que vinieron a
hablar conmigo. Fue en vísperas de la Navidad. Esa noche cubría la nieve el
suelo. Estaba yo sentada en la sala, al amor de la lumbre, oyendo una sinfonía
de Brahms, cuando entraron ellos. Venían asidos de la mano y enrojecidas
las caras por el frío.
—Mary y yo vamos a casarnos —me dijo Jonathan.
Estuvimos hablando hasta que los leños que ardían en la chimenea se volvieron
rescoldo. Como regalo de Navidad Jonathan le dio a la novia el anillo de
compromiso. A los pocos días tuve que salir al extranjero para un viaje de unos
meses, pero regresé a tiempo para la boda. No habría dejado de asistir por nada
del mundo. Se efectuó en una tarde calurosa de junio. Los casaron en la misma
iglesia en que fue bautizada Mary. Ocupé el puesto de honor que me destinaron
en un asiento de primera fila. La concurrencia fue llenando calladamente la
iglesia. Sonaron los acordes de la marcha nupcial. Todos nos pusimos en pie. El
novio esperaba acompañado de su padrino, que era el hermano adoptivo de Mary.
Desde mi sitio me volví a mirar la entrada de la iglesia. Encabezaban el
séquito las cuatro damas de honor; la madrina, que era la hermana adoptiva de
Mary, vestía traje de tafetán color verde manzana. Seguía a ellas la. novia.
Del brazo de su padre adoptivo, ataviada con traje de raso blanco, ceñida con
velo y corona de flores, Mary irradiaba hermosura y felicidad. Al recordar
aquel instante, hoy, lo mismo que entonces, se me arrasan los ojos en lágrimas.
No son lágrimas de enternecimiento. Estas de hoy, lo mismo que aquellas de
ayer, son lágrimas de alegría ante la esperanza cumplida. Asoma en mis
recuerdos un semblante de niña, de la niña triste y desamparada que conocí hace
tanto tiempo; lo veo trasfigurarse en el semblante de la joven a la que animan
el amor y la fe. Nota final de un día tan feliz fue que, al concluir la
ceremonia nupcial, y cuando Mary, esposa ya de Jonathan, se dirigía con él casi
apresuradamente a la puerta de la iglesia, la madre de Jonathan se acercó a mí
para decirme al tomar mi mano entre las suyas:
—Quiero que sepa que es para nosotros un honor tener a Mary en nuestra familia.
Todos la queremos.
Mary sabía al fin quién era ella. Y todos nosotros lo
sabíamos también.
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