HISTORIA
DE
LA
INQUISICIÓN Y
LA
REFORMA EN ESPAÑA
SAMUEL VILA
Capítulo
XI
Juan Díaz y
Francisco de Sanromán
1.
Juan Díaz: Su conversión.
Juan Díaz era natural de
Cuenca. Residió en París unos trece años, según las referencias que poseemos, reformada, conversión en la que influyó su amistad con
Jaime de Enzinas, durante el tiempo que éste residió también en París, por el
año 1541.
Ya vimos al
hablar de Jaime de Enzinas que París no constituía un ambiente propicio para
que un reformado
se sintiera a sus anchas, y menos aún un hombre de letras, por lo que Díaz
abandonó esta ciudad en compañía de Mateo Budé y Juan Crespin y se fue a Ginebra, hacia el
año 1545, donde permaneció durante
algún tiempo en la
casa de otro español, Pedro Galés, del que hablaremos más adelante.
Pasó luego a
Estrasburgo, a principios de 1547, donde fue aceptado en la comunidad
protestante, gozando
de gran prestigio por sus estudios teológicos en la Sorbona. Su talento y su cortesía le valieron la amistad de
Bucero. En compañía
de éste y bajo su dirección, nombrados ambos por el Consistorio de dicha ciudad, fue
enviado como representante suyo al Coloquio (o controversia) que entre católicos y protestantes debía celebrarse en
Ratisbona, y a la vuelta del cual sufrió la trágica muerte que referiremos, tomando
por base el relato de su amigo Claudio Senarcleus.
En el viaje a
Ratisbona se encontró Díaz con su compatriota el doctor Pedro Malvenda,
dominico, a quien conocía desde París, y que debía ser antagonista suyo en la
conferencia. Malvenda, que ignoraba el cambio operado en los sentimientos
religiosos de su amigo, se mostró altamente sorprendido y horrorizado al enterarse
del mismo, lamentándose de que los herejes se jactarían más de la
conversación de un solo español que de diez mil alemanes. Intentó disuadir a su
antiguo amigo de las nuevas ideas, pero fue en vano. Malvenda trató del caso con el
confesor del emperador, De Soto, y así
fue corriendo la voz
entre los españoles de que un compatriota suyo se había
hecho protestante. Entretanto, se celebró el Coloquio con escaso o nulo resultado,
como era de costumbre en estos casos, y Díaz hizo unas crónicas muy objetivas del
mismo, que se conservan. Terminada las conversaciones, Díaz se trasladó a un pueblecito
llamado Neoburg, en Baviera, para dirigir la impresión de un libro de Bucero. Por otra
parte, a través
de un tal Marquina, llegó la voz de la conversión de Díaz a un hermano suyo, Alfonso, doctor
en leyes, desde años jurisconsulto en Roma. Al
enterarse del paso dado por su hermano, que consideró una deshonra para la familia y para el mismo Juan, Alfonso, inflamado por el orgullo y por el entusiasmo, se dirigió inmediatamente a Alemania, acompañado por una persona de su confianza, determinado a hacer entrar en razón a
su hermano, de una u otra forma. Al llegar a Ratisbona preguntó por su
hermano, pero los
amigos de Juan Díaz,
quizás alarmados por algunas expresiones de Malvenda, y sabiendo la animadversión que sentían en general los españoles hacia aquellos de sus compatriotas
que se hacían protestantes, procuraron ocultar
el lugar donde Juan se hallaba, pero Alfonso lo descubrid al fin.
Después de consultar con
Malvenda, Alfonso Díaz se dirigió a Neoburg. Allí hizo todos los esfuerzos, durante varios
días,
para conseguir que su hermano volviera al seno de la Iglesia Católica, pero no
adelantó ni un
paso en su porfía.
En vista de esto decidió cambiar de táctica; simuló que los argumentos de Juan le habían hecho entrar en
la duda acerca de su propia fe y ávidamente escuchaba a su
hermano mientras éste le explicaba con fervor las doctrinas protestantes y le mostraba su base
bíblica. Cuando creyó que Juan había tragado
el anzuelo,
le propuso que lo acompañara a Italia, donde su presencia podría ser más útil, ya
que allí tendría un campo de trabajo más amplio porque las doctrinas reformadas
eran menos conocidas. A Juan no le pareció mal la propuesta, pero, antes de
decidirse, consultó con sus amigas protestantes, los cuales unánimemente se lo desaconsejaron
de modo formal. Por aquellas fechas había llegado de Italia Ochino, huyendo de la
persecución desencadenada
en Roma a la muerte de Juan de Valdés, y se hallaba en Augsburgo; requerida su
opinión,
señaló
al
punto, por carta, los peligros y lo descabellado del proyecto.
No sabemos si
es que Alfonso no desesperaba aún de poder atraer a su hermano a Italia, donde juzgaba le había de ser mucho más
fácil volverlo al buen camino, o si ya había decidido eliminarlo, lo
cierto es que se
dispuso
para regresar a Roma; pero le rogó a su hermano que lo acompañara hasta
Augsburgo para hablar personalmente con Ochino, declarando que no insistirá más sobre el
proyecto de ir Juan a Italia si la opinión de Ochino, después de hablar de
viva voz, fuera todavía desfavorable.
Esta propuesta
parecía
tan razonable que Juan había ya accedido a ella; pero impidió su viaje la
llegada de
Bucero y otros dos amigos, que, desconfiando de las mañas que Alfonso
podía desplegar para convencer a su hermano, se habían concertado para
visitar a Juan. Este renunció entonces a ir con Alfonso y se quedó en Ratisbona con
su amigo Senarcleua.
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