domingo, 27 de mayo de 2018

XXIII-RECORDACION FLORIDA



CAPITULO XXIII
Continúase el asedio de la ciudadela de Socoleo, y estando para darse el asalto, se rinde el cacique Caibilbalam. 

No se necesitó de nueva forma en la opugnacíón y asedio de* aquella plaza de Socoleo, por que cubriendo el puesto señalado cada cuartel, quedó como antes señido aquel recinto por todos los costados de la campaña, y se fue continuando con más trabajo y peligro aquel ataque y batería adelantada á la parte de medio-día; pero reconocido su adelantamiento por los cercados, reforzaron con gran vigor sus defensas, y Gonzalo de Alvarado que esperimentó aquella resistencia que le costaba ya no solo la sangre de los nuestros sino la vida de muchos indios, y que cojíéndonos á caballero herían en los nuestros á su salvo, y más con grandes piedras que hacían rodar desde lo alto, de que uno de nuestros españoles, Gonzalo Sánchez, atropellado de una quedó estropeado y casi á los estremos de la vida; por la parte del Este intentó una batería igual á la otra, más esta muy lenta, solo á fin de divertir las defensas idesflaqueciendo al enemigo, como lo consiguió su prudencia y arte militar, haciéndole al cacique Caibilbalam que dividiese sus tropas, en que ya sentían gran falta con la muerte de muchos y grande deficiencia de alimentos que se empezaba á sentir dentro de aquel su voluntario encierro; de que apretado y en mucho modo afligido el infeliz cacique, viendo -sobre sí la dura é impensada tempestad de Marte, intentó el burlar las esperanzas de Gonzalo de Alvarado con su fuga; y avanzado una noche en el silencio de ella por sobre los pretiles, de la banca que mira al río, con algunos parientes y escolta de ;principales, saliendo de la barranca por una escala de bejucos fuertes y gruesos á la estrecha campaña que media entre la barranca •y el río, fu•é á tiempo que una de las rondas de campaña; de quien era cabo Juan de Peredo, encontrado con aquella tropilla y preguntado por el nombre á que no se le respondía, acometió á ella disparando el dardo de una ballesta que llevaba, con que al cacique le atravesó penetrantemente un brazo, y sintiéndose gravemente herido se dió á la fuga por la parte que había salido, quedando un principal de aquellos prisionero; y no poco sentido y cochuroso el Peredo de que no le diese su fortuna por prisionera la importante persona de Caibilbalam.
Habíanse gastado muchos días en los trabajos de aquel sitio, en que ya el ejército español no menos que los sitiados empezaba á padecer grande necesidad de víveres, por que ya Gonzalo de Alvaraido había pedido socorro á Juan de León Cardona, teniente general de la provincia del Quiché; mas como éste se dilatase á su entender, y se alargase aquel asedio con sensible campaña que mantenía nuestro ejército, ordenó para remedio de lo uno y estrechar más á los sitiados, que tropas de a ocho caballos seguidas de cien indios tlascaltecos y mejicanos cada una, hiciese á aquel país la dura hostidad de talarle los sembrados y recojer el maíz que se pudiese de sus graneros. Fué esta la más sensible operación que se intentó contra la obstinación de Caibilbalam, librada la esperanza de su defensa y el alimento de los suyos en aquellas sementeras que se miraban, aunque mal cultivadas, en estado de
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 granazón; y cuando esto esperimentaba tan á sus ojos sin poderlo defender, y que ya dentro de sus murallas era contado y casi corrompido su alimento, al mismo tiempo nuestros indios en la campaña se valían de la carne de los caballos que habían muerto en la batalla de los serranos, y solían dispergirse y desmandarse en busca de conejos, ratas y otras inmundicias y en el robo de algunas huertas de chile y de camote, -en que peligraron muchos de ellos, y dejaron las vidas en manos de los guardas y dueños de aquellos frutos; hasta que empezaron á venir algunas cargas de maíz y chile de lo que se había apresado en aquellos graneros de las milpas, no sin contiendas de los nuestros, ni sin muerte de los paisanos cultores de ellas; hasta que más abastados los cuarteles con trescientas cargas de maíz y cuarenta de frijoles, con algunas frutas, pavos, y carne de jabalí y venado que remitió Juan de León Cardona, quedaron mejorados los nuestros.
Hablase puesto mayor cuidado desde la fuga intentada del cacique Caibilbalam en las rondas nocturnas y correrías diarias de la campaña, como en el ataque y faena de las dos baterías; así por estrechar más al cacique y oprimirle de suerte que se rindiese, pues ya intentaba con peligro la fuga; como por si concluida aquella obra se lograba el avance; fuera de que, á más de talarle los sembrados, podía en el ínterin que dejaba la ocasión del avance, interesarse la presa de algún cacique, de la sangre de, Caibílbalam, que fuese en rescate al precio del rendimiento de aquel señor asediado. Rara ambición es la del corazón humano que en la mas corta fortuna confía y en el infortunio más crecido no desespera. Así Caibilbalam, en la estrechez de la suya discurría en su abono, que sí entre tanto que los serranos, súbditos suyos, se conducían con las armas ausiliares de los quelenes que esperaba, pudiese conseguir el escape por la propia batería y brecha que habían abierto los forasteros, podría, librándose así, libertar con mayor número de ejército aquella fortaleza sitiada; pero que, de no conseguir la salida, le llegaría el socorro que esperaba de grande •ejército, en cuya ocasión podría acometer por aquella parte con todo el resto de la gente de su ciudadela á los cuarteles españoles reclutados..Pero es tan dificultoso el volver á lo feliz el que cayó de la gracia de la fortuna, que las diligencias más prudentes que se hacen para conseguir la felicidad solo sirven de apresurar los pasos para arruinarse. Así lo consiguieron para la ruina de Caibilbalam las diligencias de sus serranos con los quelenes sus ausiliares, que infieles y desleales á quien se valía de sus armas, las convirtieron contra él considerándole oprimido, y le tomaron grandes lugares y mucho estimable territorio.
Nunca las ruinas y la declinación de un señorío grande dejaron camino cierto á la seguridad de los que cayeron con :él; en todo tropieza el desgraciado y las escalas para ascender le sirven de precipicios para caer. No había socorro de vituallas que se procurase introducir á Caibilbalam que con desgracia suya no diese en las manos dichosas de los nuestros, con gran fatalidad y ruina de los suyos, á tiempo que ya muriendo muchos de hambre dentro de la diudadela, faltaba para el sustento de la persona del cacique, y ya cuando taladas sus sementeras, aun quedaba privado de la esperanza de mantenerse después muy parcamente; dura congoja la del miserable  Caibilbalam, considerando que ó había que dar la vida á la desesperación del
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hambre ó redimirla al precio de sujetar su libertad á un estraño, caso es, sí, lamentable á que arrastró á esta generación todo el tropel de sus vicios, para que fuese este el medio con que se terminase su idolatría y quedase estinguida su sed de sangre y carne humana.
Había padecido el ejército español, si bien no falta de alimentos, pero desnudo y desabrigado, en el sitio de aquella campaña, mantenida por el prolijo término de cuatro meses, grande calamidad con la intemperie de un invierno proceloso en un terreno por su llanura pantanoso, y ahora al mediado Octubre, á las entradas del verano, acompañado de erizados hielos é intolerables escarchadas, se empezaban á sentir en el ejército algunas destemplanzas y graves calenturas, con que Gonzalo de Alvarado receloso de poder ser asaltado de algún ejército de indios en tiempo de epidemia que ya se reconocía, haciendo reclutar á los enfermos en el lugar desamparado de Huehuetenango que le servía de almacenar los víveres escoltados de buen presidio de indios amigos, y cabos españoles, apresuró el asalto de aquella fortaleza, ciñendo su cordón y estrechándolo á más vecindad y cercanía de aquel foso, y avanzándose á él le daba carga por todos los costados de su recinto, y abandonando la operación de las azadas por la industria de las escalas, haciendo labrar buen número para poder servirse de ellas por varias partes y ascender á los planes y á las fortificaciones sin que unas mismas les consiguiesen el paso, sino que unas sirviesen pa. bajar y otras se destinasen para subir, fabricándose con las maderas de pino que ministran aquellos bosques, de tal capacidad que por cada una pudiesen descender y ascender tres infantes; mas aunque desde el principio pude, abreviando valerse de esta industria Gonzalo de Alvarado, dejó de hacerlo siendo el intento valerse -de la caballería, como decíamos, haciéndola descender y repechar hasta introducirla dentro de la ciudadela.
Continuábase la mortandad de los mames dentro de aquella fortaleza del Señor Caibilbalam, con la lástima y el espanto con que se puede pensar que mueren los que •ejecuta el rigor y rabia del hambre, en donde hasta las yerbas de los burgos los faltaba, estando todo el suelo de aquel capacísimo terreno solado de argamazones variados que hoy se descubren partes, y que hasta los cueros de las rodelas habían comido, y ya se mantenían con la corrupción de los cadáveres, y ya no, les quedaba otra esperanza que de aquel propio modo ser alimento unos de otros, hasta estinguirse todos. Con que consideradas tantas miserias juntas por aquel infeliz cacique, que se contemplaba olvidado de los suyos, lió en discurrir en los medíos de redimir su pueblo, y entre los que le ofrecía lo melancólico de su discurso era el de su rendimiento, que se le hacía más duro, que pasar por las fortunas de sus súbditos, pereciendo con ellos á manos de las desdichas. Mas sin embargo consideraba que aquel Señorío según el estado de las cosas, había de ser de aquellos forasteros, o con la ocasión de morir él dentro de la fortaleza ó entregándose al arbitrio de sus contrarios; y que era mejor dejarse al tiempo que en sus mudanzas ofrece las mejoras de las desgracias. Largas consultas  les hizo á sus capitanes y principales consejeros acerca de esto, y aunque desde el principio convinieron con su dictamen, quiso que lo mirasen
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mejor dentro del término de tres días, en que ;pidió plática con nuestro campo, para que en aquel término breve hiciese suspensión de armas, que se le concedió llanamente, por no arrostrar en los combates á tanta efusión de sangre.
Así discurrido por el cacique Caibdbalani, y por sus capitanes y consejeros ser necesario rendirse, volvió á repetir la seña dt las pláticas y enviándole Gonzalo de Alvarado un intérprete, volvió diciendo de su parte que quería tratar de ajustar paz con el Gran Capitán de los blancos, viéndose con él debajo del seguro de su persona, y para ello destinado •el día de las vistas y señalado el sitio que fué entre la puerta de la fortaleza y el cuartel de la caballería, salió de su campo Gonzalo de Alvarado acompañado de los Capitanes Alonso Gómez de Loarca, Antonio de Salazar, Franc.o de Arévalo, Héctor de Chávez, Jorge de Acuña y otros diez personages de su consejo; y á la reseña de nuestras trompetas se vió abrir aquella puerta cerrada á las surtidas españolas tanto tiempo, y salir por ella aquel cacique que se había encerrado con esperanzas de triunfador y ahora salía con evidencias de rendido; pero acercándose los dos principales cabos competidores y desmontados los nuestros, Gonzalo de Alvarado se acercó para Caibilbalam  con los brazos abiertos, y dice en su cuaderno manuscrito: Quise desde el principio tratarle como amigo, aunque del buen cacique yo no podía saber su intención y sí en la paz qué' pedía encubría algún doblez, y procuré de mi parte hacerle mucha amistad; pero él en viéndome que le trataba con amor, se le llenaron de agua los ojos. Mostraba en .su persona la nobleza de su sangre, y sería entonces de cuarenta años. Pero habiendo precedido aquellas primeras cortesías, Gonzalo de Alvarado le hizo gran cargo de no haber querido la paz al principio, con que hubiera escusado tantos trabajos y muertes, como de una y otra parte habían acaecido; que su venida había sido de paz para mostrarle con ella el camino del cielo, que solo se conseguía en la santa ley de Jesucristo, y no por la infame adoración de los ídolos; que obedeciendo al rey -de España sería instruido en la doctrina santa de Jesucristo, y conservado en paz y justicia. El cacique Caibilbalam respondió, gustar de ser enseñado en las cosas que le decía de Jesucristo y obedecer al rey de España con todos sus vasallos, como aquellos sus capitanes y principales sabían que se lo habían comunicado; pero que pues él se sujetaba á obedecerle; que gustaría de quedarse á vivir en aquella fortaleza con la gente que en ella le había asistido, por recelarse de otros indios vecinos enemigos de sus estados; esta capitulación le pareció á Gonzalo de Alvarado que rebozaba alguna alevosía y así se le dió á entender por el intérprete ó faraute. Que de la fortaleza había de salir desarmado con sus gentes á entregarse como rendido al centro, de la caballería, y que Gonzalo de Alvarado, hecha aquella entrega, había •de ,pasar con la mitad de su gente á la fortaleza desamparada, en señal de posesión que tomaba de ella y de aquella provincia por el Sr. Emperador Rey de España; pero que hasta que esta acción se ejecutase no había de levantar el campo ni alzar el sitio de aquella plaza, para que si no viniese en ello proseguir la guerra. En esta forma propuesta se hizo la entrega de aquella fortaleza, tan costosa á sus defensores mames y á los opugnadores españoles, y en que afirma Gonzalo de Alvarado en su cuaderno que me comunicó el Licd.o  Don Nicolás de Vides
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 y Alvarad'o, estas palabras: Hecha su cuenta Caíbílblam (que así le llama) de los indios• •que entraron con él en aquel su Palacio, castillo ó casa, y de los que salíeron con él, faltaban mil y ochocientos, que fueron los que murieron por defender la entrada que pretendían los castellanos. En ella no hallamos cosa de ímportancía, y solo fueron cuerpos muertos lo que vimos, y un presente de buen oro que el cacique me díó, y se partió con los,demás con algunas mantas días después en el poblado de Huehuetenango. Sea Díos bendito que así permitió que venciéramos aquellas huestes de indios soberbios tan crecidas, y así &. Pero aun no pareciéndole bastante á Gonzalo de Alvarado lo ejecutado hasta allí, pasó á mandar á buenas tropas que recorriesen el país y los pueblos comarcanos sujetos á Caibilbalam, é hizo romper aquel, tablón de piedra que servía de puertá y allanar los pasos de aquella barranca que señía la fortaleza hasta que por ellos pudiese subir y bajar la caballería á descanso, y sin dificultad, y en la cual hoy se puede traginar por la parte del Sur y por donde yo he bajado á los planes á caballo; contentándose por entonces con que el ejército español llegase á saludar los umbrales de la gran provincia de los Quelenes, y dejando en Huehuetenango un buen presidio á modo de colonia, y por su cabo principal á Gonzalo de Solís, tomó la, vuelta victorioso á Guatemala.










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