CAPITULO XXIII
Continúase
el asedio de la ciudadela de Socoleo, y estando para darse el asalto, se rinde
el cacique Caibilbalam.
No se necesitó de nueva forma en
la opugnacíón y asedio de* aquella plaza de Socoleo, por que cubriendo el
puesto señalado cada cuartel, quedó como antes señido aquel recinto por todos
los costados de la campaña, y se fue continuando con más trabajo y peligro
aquel ataque y batería adelantada á la parte de medio-día; pero reconocido su
adelantamiento por los cercados, reforzaron con gran vigor sus defensas, y
Gonzalo de Alvarado que esperimentó aquella resistencia que le costaba ya no
solo la sangre de los nuestros sino la vida de muchos indios, y que cojíéndonos
á caballero herían en los nuestros á su salvo, y más con grandes piedras que
hacían rodar desde lo alto, de que uno
de nuestros españoles, Gonzalo Sánchez, atropellado de una quedó
estropeado y casi á los estremos de la vida; por la parte del Este intentó una
batería igual á la otra, más esta muy lenta, solo á fin de divertir las
defensas idesflaqueciendo al enemigo, como lo consiguió su prudencia y arte
militar, haciéndole al cacique Caibilbalam que dividiese sus tropas, en que ya
sentían gran falta con la muerte de muchos y grande deficiencia de alimentos
que se empezaba á sentir dentro de aquel su voluntario encierro; de que
apretado y en mucho modo afligido el infeliz cacique, viendo -sobre sí la dura
é impensada tempestad de Marte, intentó el burlar las esperanzas de Gonzalo de
Alvarado con su fuga; y avanzado una
noche en el silencio de ella por sobre los pretiles, de la banca que mira al
río, con algunos parientes y escolta de ;principales, saliendo de la barranca
por una escala de bejucos fuertes y gruesos á la estrecha campaña que
media entre la barranca •y el río, fu•é
á tiempo que una de las rondas de campaña; de quien era cabo Juan de Peredo, encontrado con
aquella tropilla y preguntado por el
nombre á que no se le respondía, acometió á ella disparando el dardo de una
ballesta que llevaba, con que al cacique le atravesó penetrantemente un brazo,
y sintiéndose gravemente herido se dió á la fuga por la parte que había salido,
quedando un principal de aquellos prisionero; y no poco sentido y cochuroso el
Peredo de que no le diese su fortuna por prisionera la importante persona de
Caibilbalam.
Habíanse gastado muchos días en
los trabajos de aquel sitio, en que ya el
ejército español no menos que los sitiados empezaba á padecer grande necesidad
de víveres, por que ya Gonzalo
de Alvaraido había pedido socorro á Juan de León Cardona, teniente general de
la provincia del Quiché; mas como éste se dilatase á su entender, y se
alargase aquel asedio con sensible campaña que mantenía nuestro ejército,
ordenó para remedio de lo uno y estrechar más á los sitiados, que tropas de a ocho caballos seguidas de
cien indios tlascaltecos y mejicanos cada una, hiciese á aquel país la
dura hostidad de talarle los sembrados
y recojer el maíz que se pudiese de sus graneros. Fué esta la más sensible operación que se
intentó contra la obstinación de Caibilbalam, librada la esperanza de su
defensa y el alimento de los suyos en aquellas sementeras que se
miraban, aunque mal cultivadas, en estado de
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granazón; y cuando esto esperimentaba tan á sus ojos sin poderlo
defender, y que ya dentro de sus murallas era contado y casi corrompido su
alimento, al mismo tiempo nuestros
indios en la campaña se valían de la carne de los caballos que habían muerto en
la batalla de los serranos, y solían dispergirse y desmandarse en busca de conejos, ratas y otras
inmundicias y en el robo de algunas huertas de chile y de camote, -en que
peligraron muchos de ellos, y dejaron las vidas en manos de los guardas y
dueños de aquellos frutos; hasta que empezaron á venir algunas cargas de
maíz y chile de lo que se había apresado en aquellos graneros de las milpas, no
sin contiendas de los nuestros, ni sin muerte de los paisanos cultores de
ellas; hasta que más abastados los cuarteles
con trescientas cargas de maíz y cuarenta de frijoles, con algunas frutas,
pavos, y carne de jabalí y venado que remitió Juan de León Cardona, quedaron
mejorados los nuestros.
Hablase puesto mayor cuidado
desde la fuga intentada del cacique Caibilbalam en las rondas nocturnas y correrías diarias de la campaña, como en
el ataque y faena de las dos baterías; así por estrechar más al cacique y
oprimirle de suerte que se rindiese, pues ya intentaba con peligro la fuga;
como por si concluida aquella obra se lograba el avance; fuera de que, á más de talarle los sembrados, podía
en el ínterin que dejaba la ocasión del avance, interesarse la presa de algún cacique, de la sangre de, Caibílbalam,
que fuese en rescate al precio del rendimiento de aquel señor asediado.
Rara ambición es la del corazón humano que en la mas corta fortuna confía y en
el infortunio más crecido no desespera. Así Caibilbalam, en la estrechez de la
suya discurría en su abono, que sí entre tanto que los serranos, súbditos
suyos, se conducían con las armas ausiliares de los quelenes que esperaba,
pudiese conseguir el escape por la propia batería y brecha que habían abierto
los forasteros, podría, librándose así, libertar con mayor número de ejército
aquella fortaleza sitiada; pero que, de no conseguir la salida, le llegaría el socorro que esperaba de grande
•ejército, en cuya ocasión podría acometer por aquella parte con todo el resto
de la gente de su ciudadela á los cuarteles españoles reclutados..Pero
es tan dificultoso el volver á lo feliz el que cayó de la gracia de la fortuna,
que las diligencias más prudentes que se hacen para conseguir la felicidad solo
sirven de apresurar los pasos para arruinarse. Así lo consiguieron para la
ruina de Caibilbalam las diligencias de sus serranos con los quelenes sus ausiliares, que infieles y desleales á
quien se valía de sus armas, las convirtieron contra él considerándole
oprimido, y le tomaron grandes lugares y mucho estimable territorio.
Nunca las ruinas y la declinación
de un señorío grande dejaron camino cierto á la seguridad de los que cayeron
con :él; en todo tropieza el desgraciado y las escalas para ascender le sirven
de precipicios para caer. No había socorro de vituallas que se procurase
introducir á Caibilbalam que con desgracia suya no diese en las manos dichosas
de los nuestros, con gran fatalidad y ruina de los suyos, á tiempo que ya
muriendo muchos de hambre dentro de la diudadela, faltaba para el sustento de
la persona del cacique, y ya cuando taladas sus sementeras, aun quedaba privado
de la esperanza de mantenerse después muy parcamente; dura congoja la del
miserable Caibilbalam, considerando que
ó había que dar la vida á la desesperación del
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hambre ó redimirla al precio de
sujetar su libertad á un estraño, caso es, sí, lamentable á que arrastró á esta
generación todo el tropel de sus vicios, para que fuese este el medio con que
se terminase su idolatría y quedase estinguida su sed de sangre y carne humana.
Había
padecido el ejército español, si bien no falta de alimentos, pero desnudo y
desabrigado, en el sitio de aquella campaña, mantenida por el prolijo término
de cuatro meses, grande calamidad con la intemperie de un invierno proceloso en
un terreno por su llanura pantanoso, y ahora al mediado Octubre, á las entradas del verano, acompañado de erizados hielos é intolerables
escarchadas, se empezaban á sentir en el ejército algunas destemplanzas y
graves calenturas, con que Gonzalo de Alvarado receloso de poder ser
asaltado de algún ejército de indios en tiempo de epidemia que ya se reconocía, haciendo reclutar á los enfermos en el lugar
desamparado de Huehuetenango que le servía de almacenar los víveres escoltados
de buen presidio de indios amigos, y cabos españoles, apresuró el asalto
de aquella fortaleza, ciñendo su cordón y estrechándolo á más vecindad y
cercanía de aquel foso, y avanzándose á él le daba carga por todos los costados
de su recinto, y abandonando la operación de las azadas por la industria de las
escalas, haciendo labrar buen número para poder servirse de ellas por varias
partes y ascender á los planes y á las fortificaciones sin que unas mismas les
consiguiesen el paso, sino que unas sirviesen pa. bajar y otras se destinasen
para subir, fabricándose con las maderas de pino que ministran aquellos
bosques, de tal capacidad que por cada una pudiesen descender y ascender tres
infantes; mas aunque desde el principio pude, abreviando valerse de esta
industria Gonzalo de Alvarado, dejó de hacerlo siendo el intento valerse -de la
caballería, como decíamos, haciéndola descender y repechar hasta introducirla
dentro de la ciudadela.
Continuábase la mortandad de los
mames dentro de aquella fortaleza del Señor Caibilbalam, con la lástima y el
espanto con que se puede pensar que mueren los que •ejecuta el rigor y rabia
del hambre, en donde hasta las yerbas de los burgos los faltaba, estando todo
el suelo de aquel capacísimo terreno solado de argamazones variados que hoy se
descubren partes, y que hasta los cueros de las rodelas habían comido, y ya se
mantenían con la corrupción de los cadáveres, y ya no, les quedaba otra
esperanza que de aquel propio modo ser alimento unos de otros, hasta
estinguirse todos. Con que consideradas tantas miserias juntas por aquel
infeliz cacique, que se contemplaba olvidado de los suyos, lió en discurrir en
los medíos de redimir su pueblo, y entre los que le ofrecía lo melancólico de
su discurso era el de su rendimiento, que se le hacía más duro, que pasar por
las fortunas de sus súbditos, pereciendo con ellos á manos de las desdichas.
Mas sin embargo consideraba que aquel Señorío según el estado de las cosas,
había de ser de aquellos forasteros, o con la ocasión de morir él dentro de la
fortaleza ó entregándose al arbitrio de sus contrarios; y que era mejor dejarse
al tiempo que en sus mudanzas ofrece las mejoras de las desgracias. Largas
consultas les hizo á sus capitanes y principales consejeros acerca de
esto, y aunque desde el principio convinieron con su dictamen, quiso que lo
mirasen
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mejor dentro del término de tres
días, en que ;pidió plática con nuestro campo, para que en aquel término breve
hiciese suspensión de armas, que se le concedió llanamente, por no arrostrar en
los combates á tanta efusión de sangre.
Así discurrido por el cacique
Caibdbalani, y por sus capitanes y consejeros ser necesario rendirse, volvió á
repetir la seña dt las pláticas y enviándole Gonzalo de Alvarado un intérprete, volvió diciendo de su parte que quería
tratar de ajustar paz con el Gran Capitán de los blancos, viéndose con él
debajo del seguro de su persona, y para ello destinado •el día de las vistas y
señalado el sitio que fué entre la puerta de la fortaleza y el cuartel de la
caballería, salió de su campo Gonzalo
de Alvarado acompañado de los Capitanes Alonso Gómez de Loarca, Antonio de
Salazar, Franc.o de Arévalo, Héctor de Chávez, Jorge de Acuña y otros diez
personages de su consejo; y á la reseña de nuestras trompetas se vió
abrir aquella puerta cerrada á las surtidas españolas tanto tiempo, y salir por
ella aquel cacique que se había encerrado con esperanzas de triunfador y ahora
salía con evidencias de rendido; pero acercándose los dos principales cabos
competidores y desmontados los
nuestros, Gonzalo de Alvarado se acercó para Caibilbalam con los brazos
abiertos, y dice en su cuaderno manuscrito: Quise desde el principio tratarle como amigo, aunque del buen cacique yo
no podía saber su intención y sí en la paz qué' pedía encubría algún doblez, y
procuré de mi parte hacerle mucha amistad; pero él en viéndome que le trataba
con amor, se le llenaron de agua los ojos. Mostraba en .su persona la nobleza
de su sangre, y sería entonces de cuarenta años. Pero habiendo precedido aquellas
primeras cortesías, Gonzalo de Alvarado le hizo gran cargo de no haber querido
la paz al principio, con que hubiera escusado tantos trabajos y muertes, como
de una y otra parte habían acaecido; que su venida había sido de paz para
mostrarle con ella el camino del cielo, que solo se conseguía en la santa ley
de Jesucristo, y no por la infame adoración de los ídolos; que obedeciendo al
rey -de España sería instruido en la doctrina santa de Jesucristo, y conservado
en paz y justicia. El cacique Caibilbalam respondió, gustar de ser enseñado en
las cosas que le decía de Jesucristo y obedecer al rey de España con todos sus
vasallos, como aquellos sus capitanes y principales sabían que se lo habían
comunicado; pero que pues él se sujetaba á obedecerle; que gustaría de quedarse á vivir en aquella fortaleza con la gente que en
ella le había asistido, por recelarse de otros indios vecinos enemigos
de sus estados; esta capitulación le pareció á Gonzalo de Alvarado que rebozaba
alguna alevosía y así se le dió á entender por el intérprete ó faraute. Que de la fortaleza había de salir desarmado
con sus gentes á entregarse como rendido al centro, de la caballería, y que
Gonzalo de Alvarado, hecha aquella entrega, había •de ,pasar con la mitad de su
gente á la fortaleza desamparada, en señal de posesión que tomaba de
ella y de aquella provincia por el Sr. Emperador Rey de España; pero que hasta
que esta acción se ejecutase no había de levantar el campo ni alzar el sitio de
aquella plaza, para que si no viniese en ello proseguir la guerra. En esta
forma propuesta se hizo la entrega de aquella fortaleza, tan costosa á sus
defensores mames y á los opugnadores españoles, y en que afirma Gonzalo de
Alvarado en su cuaderno que me comunicó el Licd.o Don Nicolás de Vides
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y Alvarad'o, estas palabras: Hecha su cuenta Caíbílblam (que así le
llama) de los indios• •que entraron con él en aquel su Palacio, castillo ó
casa, y de los que salíeron con él, faltaban mil y ochocientos, que fueron los
que murieron por defender la entrada que pretendían los castellanos. En ella no
hallamos cosa de ímportancía, y solo fueron cuerpos muertos lo que vimos, y un
presente de buen oro que el cacique me díó, y se partió con los,demás con
algunas mantas días después en el poblado de Huehuetenango. Sea Díos bendito
que así permitió que venciéramos aquellas huestes de indios soberbios
tan crecidas, y así &. Pero aun no pareciéndole
bastante á Gonzalo de Alvarado lo ejecutado hasta allí, pasó á mandar á buenas tropas que recorriesen el
país y los pueblos comarcanos sujetos á Caibilbalam, é hizo romper
aquel, tablón de piedra que servía de puertá y allanar los pasos de aquella
barranca que señía la fortaleza hasta
que por ellos pudiese subir y bajar la caballería á descanso, y sin dificultad,
y en la cual hoy se puede traginar por la parte del Sur y por donde yo he
bajado á los planes á caballo; contentándose por entonces con que el ejército español llegase á saludar
los umbrales de la gran provincia de los Quelenes, y dejando en Huehuetenango un buen presidio á
modo de colonia, y por su cabo principal á Gonzalo de Solís, tomó la,
vuelta victorioso á Guatemala.
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